El abatimiento de las palmas no es mayor que la tristeza en el ceño de la campesina, desalojada a su suerte, con una docena de harapos a mitad del camino. A los policías de la Guardia Rural poco les importan los llantos que atestiguan y, en poses machangas, esperan que la madre salga de su bohío inhabitable con lo único bueno que tiene: el hijo.
Desde hace rato crece entre nosotros una mala yerba que está tornando demasiado agreste los terrenos de nuestras vidas. Se extiende del barrio a las gradas, de un rincón a plena calle. Y, sobre todo, se ha enraizado con fuerza en las famosas redes sociales, en las que no faltan aires de chancleta. Me refiero a la ofensa.
Cada inicio del mes de marzo me trae un recuerdo infausto. Era noche cerrada. Me despertó el llamado del teléfono. La voz de una compañera me anunciaba que Batista había entrado en el campamento de Columbia. El ruido levantó al vecindario. Un rato más tarde se escucharon disparos en el cercano Palacio Presidencial. A lo largo del día todos se mantuvieron pendientes de las noticias.
Los narcisos, no precisamente esas hermosas plantas con sus flores coloridas en forma de trompeta, sino una añeja epidemia institucional cubana, más preocupada a veces por las luminiscencias públicas que por las tonalidades reales, concretas y certeras del bienestar, pierde terreno fértil en el país.
Una mirada sosegada revela esa realidad que va cuajando para revivir la ley mediante una aceleración sostenida, a fin de sacarla de los estantes en los que, de cierta manera, ha estado adormecida.
Ante el número de adolescentes (y otros no tanto, sobre todo por las dimensiones del carapacho) que andaban por el barrio a nasobuco ausente y bajo la influencia de otros demonios de la pandemia (distanciamiento físico diluido, por ejemplo), una persona se acercó a los padres e hizo un llamado a la mesura.
Única, irrepetible, insustituible, la persona humana tiene un valor inconmensurable por los registros de contabilidad. Defenderla a cualquier precio, considerar su protección como prioridad absoluta, constituye la expresión tangible de la definición conceptual de justicia social. Implica no solo procurar la mayor equidad posible en la distribución de bienes materiales, sino también favorecer el acceso creciente al disfrute de una espiritualidad más rica, afirmación del respeto debido a la plena dignidad del hombre. Así se traduce, también en términos concretos, la lucha emancipadora en favor de una vida, tal como lo entendieron los fundadores de la nación, nunca «en afrenta y oprobio sumido».
Asomarse a la ruta de su vida es como un choque. Saber que aquel hombre de la cama de espuma y el manjar en el plato murió en soledad y pobreza provoca inevitablemente un torbellino en los ojos o un salto en el alma.
Otra campaña sucia, irresponsable y mezquina se teje desde las redes sociales contra la Revolución Cubana. Impotentes ante la capacidad de resistencia de un pueblo que defiende y empuja hacia adelante su proyecto social, los que ordenan desde la distancia, pero carecen de valor para dar la cara, gestionan ahora nuevas operaciones en las que el centro de atención son los niños y jóvenes cubanos.
Siempre tengo que estar creando algo porque no sé cómo es que se hace para descansar, por eso decidí llenar uno de mis espacios de esta cuarentena con un proyecto sin patrocinio: armar el árbol genealógico de la familia.