Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un árbol y un 24 de febrero

Autor:

Arístides Hernández (ARES)

Siempre tengo que estar creando algo porque no sé cómo es que se hace para descansar, por eso decidí llenar uno de mis espacios de esta cuarentena con un proyecto sin patrocinio: armar el árbol genealógico de la familia.

Y emprendí al inicio solo y de memoria la tarea. Comencé a revisar las fotos y los documentos de la familia y mi hermana Idania encontró varios apuntes suyos. Empecé a hacer llamadas telefónicas a los primos Bamby, Cecilio, Zoraida y Rolandito; a hacerles preguntas yo a ellos y ellos a mí, e hice un grupo de WhatsApp con los «Guerrero Najarro» y volvimos a comunicarnos y a intercambiar fotos, a recordar a nuestros muertos y a los que están vivos pero no vemos, y nos reímos de las anécdotas de todos y nos reímos también de nosotros.

Sigue incompleto y yo sigo buscando, pero sé que esta locura está ya entre las cosas más agradables que me he propuesto en la vida. Apareció la única foto en la que estamos los tres hermanos junto a mi madre. Supe que mi padre hacía en el taller propiedad de Agustín Quintero los tabacos que se enviaban a los soldados americanos que fueron a la segunda guerra mundial, en el mismo taller del que lo botaron luego por involucrarse en mítines y actividades políticas. También hallé que las doce fincas que administraba a la perfección mi iletrado abuelo pertenecían a Santiaguito Rey, quien era muy cercano a Batista y gobernador de Las Villas. Supe que una abuela tenía once hermanos y me puse al tanto de los tíos que murieron niños por influenza, quemadura o envenenamiento. Recordé al tío que andaba en una Harley Davidson y que se parecía a Hemingway, en todo. Y regresó otra vez la leyenda de la herencia familiar que no recibió la tatarabuela blanca en castigo por marcharse con el tatarabuelo mestizo. Esas y toda una lista interminable de imágenes, historias, anécdotas…

Pero la mayor alegría de esta pesquisa llega a mí a los cincuenta y siete años de la mano de mi bisabuelo Benigno Najarro. Descubrir primero que fue un mambí, más tarde comenzar la búsqueda y encontrarlo en documentos históricos y enterarme que alcanzó los grados de teniente en la Guerra de los Diez Años y que llegó a capitán en la Guerra del 95 y encontrar el nombre de mi amigo cienfueguero Orlando García entre los historiadores que lo mencionan e imaginar que de Benigno Najarro llegarán aún más sorpresas.

Sigue incompleto y yo sigo buscando, una familia es muchos años, muchas personas, son muchas historias y muchos lazos, la mía es blanca negra y mestiza, grande, linda, unida, aunque dispersa, trágica y cómica. Cada uno de los que somos parte de ella le debemos algo a los que llegaron antes y otro tanto a los que arribaron después.

Por todo eso, cada vez que voy a decir o hacer algo lo tengo que pensar muy bien, no me parece justo traicionar a tanta gente. Yo me olvido del dinero de la herencia arrebatada por racismo y me quedo con la historia del bisabuelo mambí.

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