Robar es un verbo antipático. La decencia y la moral lo mantienen a raya, y pasan por su lado solo de puntillas y apretándose la nariz. En el orden semántico la repulsión por su significado se potencia: robar equivale a apropiarse de lo ajeno, ¡despojar a alguien de lo que es suyo! Da igual que sean unas onzas de carne o ropa birlada de una tendedera.
Al llegar a la casa, quitarse los zapatos, retirarse el nasobuco, higienizar las manos, despojarse de las ropas, bolsos y accesorios, ir directo al baño preferiblemente, bañarse… Estas fueron las acciones recomendadas por epidemiólogos y personal de Salud en general desde el comienzo de la pandemia, para garantizar que en el hogar, al menos, se respetaran con rigor.
El bombardeo se escuchó en toda la ciudad. Procedía del oeste de la capital. A toda prisa, los milicianos iban saliendo de sus casas e intentaban acudir al lugar donde parecía concentrarse el peligro mayor. Desde la ruptura de relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba resultaba evidente que la amenaza de una invasión se cernía sobre el país.
La historia de mañana tiene ya nuevos protagonistas. Hacedores de vida, luz, paz y esperanza. Han perdido sus nombres para llamarse voluntarios porque de esa forma llegan a aliviar los pesares que palpitan en las zonas rojas.
Aquella legendaria frase, con el cuño de la tribuna de la calle, de que el dinero de sus artimañas les sobraba para pagar las menguadas multas que les imponían se fue tumbando, confirmación de como en la vida todo llega sin necesidad de desesperarse.
«¿La conoces?», preguntó con disimulo el joven jefe mientras caminaban. «De vista, es una burguesita de la barriada que frecuenta mi puesto para comprar flores, pero parece buena persona», respondió el amigo con cautela. Ya frente a frente, el líder de la clandestinidad fue explícito como no acostumbraba: «Pues te presento a Vilma Espín Guillois. Ella es muy importante en nuestra causa».
Siempre que el humorista Marcos García suelta el chiste provoca una sinfonía de carcajadas en el público. Miró en cierto establecimiento un letrero que decía «Pan de Haller por la libre» y, pensando que era un preparado especial, venido de otra geografía, fue voraz a comprarlo. Pero la decepción se apoderó de él al comprobar que Haller no era algún sitio extranjero, sino la palabra «ayer» escrita con una garrafal falta ortográfica.
La peligrosa COVID-19 ha conminado a la población cubana a darle un brusco giro a su cotidianidad. Al influjo de sus acechanzas, pocas rutinas consiguen sobrevivir a plenitud: horarios, costumbres, afectos, prácticas, hábitos, caprichos… Nada funciona igual desde que el virus mostró su antipática catadura en el país hace poco más de un año.
Sentados en círculo, con las piernas extendidas y las manos apoyadas en la yerba húmeda de rocío, una treintena de niños y niñas canta La Guantanamera. Alrededor de la fogata de una noche de los años 90, se congregan el más lento del grupo en trepar por una cuerda, la más rápida haciendo el nudo ballestrinque, el que se «despistó» buscando las señales, la que sabe orientarse en el terreno…, y todos los entusiastas exploradores de pañoleta azul o roja.