La peligrosa COVID-19 ha conminado a la población cubana a darle un brusco giro a su cotidianidad. Al influjo de sus acechanzas, pocas rutinas consiguen sobrevivir a plenitud: horarios, costumbres, afectos, prácticas, hábitos, caprichos… Nada funciona igual desde que el virus mostró su antipática catadura en el país hace poco más de un año.
Los jóvenes, con su proverbial talento para transformar circunstancias —incluso hasta las más peliagudas—, convierten cada jornada en una excelente oportunidad para redimensionar su tiempo y su espacio. «Una juventud que no crea es una anomalía», dijo una vez el Che. A tono con esa idea, ponen su creatividad en función de la adaptación.
Las nuevas tecnologías y las redes sociales, con su heterogénea diversidad de alternativas, se han convertido en tentación para ese sector poblacional. Y más en el contexto actual, con sus aislamientos y cuarentenas. Los padres hacemos malabares económicos para proveerlos de «datos» para sus celulares. Es un sacrificio que hacemos a sabiendas de que no socializarían de otra forma.
Pero no son solo los chats en Facebook, Instagram, WhatsApp o toDus las opciones electrónicas que monopolizan hoy la atención juvenil. Sé de muchos(as) que también utilizan sus dispositivos para ver documentales, leer libros, revisar publicaciones o visitar páginas y portales de su interés. Para ganar cultura el momento se pinta solo.
Ahora que las clases fueron suspendidas durante un tiempo, mis hijas adolescentes reinventan su día a día según sus gustos, no siempre parecidos. ¡Jamás se dejan abrumar por el aburrimiento y la monotonía! Mientras una escucha música o ensaya maquillajes, la otra ve una película o conversa por teléfono. Suelen irse a la cama tarde en la noche y dormir hasta bien entrada la mañana. Ahora pueden hacerlo.
Por la tarde, cuando los tórridos rayos del Sol conceden un respiro a las criaturas terrenales, ellas y decenas de jóvenes más irrumpen en las áreas deportivas próximas para hacer ejercicios, correr, saltar y compartir. El verde escenario se repleta de indumentarias de colores, de carcajadas y de cantos. Sus automatismos —por cierto— no olvidan el distanciamiento y el nasobuco. Siempre terminan exhaustas, pero regresan a casa contentas y felices.
Desde luego, en estos complicados y atípicos instantes, la ansiedad, la depresión y el estrés suelen encontrar un buen caldo de cultivo, en especial entre los jóvenes. No son ellos, precisamente, los más proclives a permanecer durante mucho tiempo en el inmovilismo o confinados entre cuatro paredes. Sin embargo, se sobreponen, reclaman un lugar en el enfrentamiento al virus y figuran allí en primera fila.
El terrible SARS-CoV-2 no ha podido conseguir que la juventud cubana renuncie a sus expectativas o recline sus pendones. Mucho menos logrará escamotarle su alegría ni frenar sus iniciativas. La virulencia de la pandemia ha puesto a prueba la valía de una generación de vanguardia decidida a darle continuidad a un proceso social del cual es ya legítima protagonista.
Cuando derrotemos la COVID-19 —¡y lo lograremos!—, se escribirán las memorias de una etapa gloriosa en que la juventud cubana no dejó de soñar, cantar, reír, leer, chatear, ejercitarse y combatir. Será el homenaje a una generación de la que los cubanos estamos orgullosos.