Al llegar a la casa, quitarse los zapatos, retirarse el nasobuco, higienizar las manos, despojarse de las ropas, bolsos y accesorios, ir directo al baño preferiblemente, bañarse… Estas fueron las acciones recomendadas por epidemiólogos y personal de Salud en general desde el comienzo de la pandemia, para garantizar que en el hogar, al menos, se respetaran con rigor.
En la dinámica hogareña se ha orientado que se duplique la higiene, que el lavado de las manos sea constante, que al comprar productos en tiendas y mercados los lavemos bien antes de guardarlos en el refrigerador u otro lugar, que individualicemos vasos, cubiertos, platos… Que si algún miembro de la familia trabaja a diario, que extreme las medidas porque con eso no solo se cuida a sí mismo, sino también a los demás convivientes de su casa…
Una y otra vez se repiten las recomendaciones para que las acatemos, con la responsabilidad que corresponde, y una y otra vez se comprueba que no en todos los hogares es así. Lamentablemente, el incremento de casos positivos a la COVID-19 obliga a mirar el comportamiento de las personas a bordo del transporte público, en los centros de trabajo, los puntos de venta y las viviendas, y se comprueba que no siempre se cumple lo normado.
Desde el principio se instó al aislamiento domiciliario como medida primera que permitía tener el menor movimiento posible de personas, salvo en casos excepcionales. Sin embargo, no podemos decir que se haya mantenido así en los últimos tiempos. Mayor flexibilidad, menor percepción de riesgo, más peligro en definitiva.
No sirve de nada que se pondere el teletrabajo para que las personas permanezcan más tiempo en sus casas si luego ellas van a desandar por la ciudad sin que sea estrictamente necesaria su salida.
Más inservible resulta que las autoridades sanitarias pertinentes estipulen un aislamiento en casa de aquellas personas sospechosas de contactos positivos hasta tanto el resultado del PCR esté disponible, si esas personas hacen caso omiso de lo regulado y sin percatarse de las fatales consecuencias, «dispersan» probablemente el virus, sin saber que lo portan.
El aislamiento domiciliario comprende medidas similares a las que se ofrecen en los centros destinados para ello, como pases de visitas diarios de los médicos y enfermeras de la familia, y alumnos de Medicina. Entre otras razones, esa medida favorece que las personas se hospitalicen sin necesidad de recurrir a una instalación de ese tipo, pero irremediablemente, se cometen muchas imprudencias.
Entonces, y vuelvo a plantear la misma interrogante: ¿Cuántas veces y de qué manera es necesario que nos hagan entender lo realmente imprescindible en la actual situación sanitaria? ¿Es menester enfermarnos? ¿Cuando ya no quede otra solución que la de someterse al tratamiento, nada pasajero, y los temores se acrecienten al pensar en las posteriores secuelas, será el momento para darnos cuenta de lo que debimos hacer y no hicimos?
Ciertamente no todos los hogares en el país disponen del espacio y las condiciones idóneas para mantener un distanciamiento entre los miembros, sobre todo en el caso de aquellos en los que alguien sale a la calle a diario y puede exponerse más que los demás. Pero de lo que sí disponemos todos es de la suficiente madurez y responsabilidad como para actuar de manera coherente con los tiempos que corren.
Pienso que deberíamos comprender mejor que las estadísticas que cada mañana revela el doctor Durán en la televisión dependen, en gran medida, de cada uno de nosotros. Podemos cambiarlas. ¿No le parece?