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Niña audaz, adolescente transgresora

La huella tierna e intrépida de los primeros años marcaría por siempre la vida de la eterna luchadora por la justicia y la igualdad que fue Vilma Espín Guillois

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

 

Cada abril nos trae el recuerdo de la Heroína, la combatiente, la dirigente, la mujer de estirpe transformadora que fue Vilma Lucila Espín Guillois.

Este 7 de abril cumpliría 95 años la niña audaz, la adolescente transgresora que, como la primavera, entró en la historia de Cuba y a fuerza de coraje y sensibilidad se convirtió en alto referente de las mujeres en Revolución, siempre consecuente con la marca que le dejaron sus primeros años.

Fue la niña intrépida, estudiosa y amante de las ciencias, especialmente las matemáticas, que compartía lo mismo la experiencia de trepar un árbol que una clase de francés con sus hermanos y vecinos.

Dicen que aprendió a hablar el francés primero que el español, pues su madre, descendiente de esa tierra, le tocaba el piano y cantaba en francés, pero también hablaba, leía y escribía perfectamente el inglés. Estudió ballet y dio los primeros pasos en la guitarra clásica, mas nunca dejó de jugar y compartir en su cuadra de San Jerónimo con niños de todas las razas y procedencias.

En esa sencillez y resolución tempranas iba la huella de una familia que cultivó con esmero la formación espiritual y cultural de sus hijos, en un entorno de respeto y armonía en el que nadie se atrevía a faltar al almuerzo del domingo y cualquier momento era bueno para conversar de todos los temas.

Para sus padres, José Espín y Margarita Guillois, la ética, la austeridad, el apego al conocimiento y el sentido humano, más allá de la posición social, condición racial o creencias religiosas, eran preceptos imprescindibles en la vida. En esos valores formaron a sus seis hijos y sustentaron un hogar, en el que si bien una alta posición económica les prodigó una vida sin carencias, nunca hubo lugar para el lujo ni las banalidades.

Tal herencia nutrió los primeros pasos de la pequeña Vilma. Sus condiscípulos de la Academia Pérez Peña, donde cursó los estudios primarios, o del Sagrado Corazón, de donde egresó como bachiller en 1948, supieron de la niña amorosa y justa, amante de la lectura y la superación cultural, aficionada a los deportes y el contacto con la naturaleza.

Aun cuando pudo tener otras opciones, prefirió una educación materialista, influenciada por las ideas de avanzada de profesores exiliados llegados a Cuba después de la Guerra Civil Española, y siempre recordó con beneplácito las lecciones de Historia de Cuba que le ofreció aquel maestro hijo de un ayudante de Maceo.

También fue la adolescente espigada y de maneras elegantes, con una bella voz de soprano y cualidades para la danza, que sabía escuchar a las personas, se diseñaba su propia ropa, adoraba el verde como su color preferido, disfrutaba la vida en familia y le hacía feliz que las cosas se hicieran bien.

Su disciplina y seriedad le distinguían y le ganaron el cariño de sus amigas. «Vilma era muy seria», acostumbraba a recordar Asela de los Santos, su compañera en días de clandestinaje y guerrilla: «Decía que tendría novio el día que se enamorara de verdad; eso de tener novio por tenerlo, no. Las muchachas del grupo la presentaban a sus madres como garantía ante alguna salida: “Déjanos ir. ¿Sabes quién va? Vilma”», relataba la también luchadora.

Cuando le llegó el tiempo de ir a la universidad, quiso estudiar Medicina y ser cirujana del corazón, pero como para ello debía trasladarse a La Habana, cambió de carrera. Tampoco pudo ser piloto, su otra gran pasión, pues le encantaban las alturas.

Entonces optó por la Ingeniería Química Industrial, un terreno por entonces exclusivo de hombres. Decía que para contribuir desde su especialidad al futuro tecnológico del país. Fue la segunda mujer que se graduó en Cuba de esa carrera.

Sus días en la naciente Universidad de Oriente (UO) la reafirmaron como aquella joven serena y reflexiva, que escogía a los amigos más por la afinidad de valores que por la posición social y que, sin proponérselo, se convirtió en líder natural ante sus compañeros.

Llegó a ser la capitana del equipo de voleibol de la universidad, al que llamaban «Las mambisas», y perteneció a la Coral Universitaria, pues la música era otra de sus aficiones. Le encantaba la música instrumental y los boleros, pero a la vez decía que no había nada tan sabroso como arrollar con la conga santiaguera.

Desde su época estudiantil comenzó a pensar cómo aplicar en proyectos concretos lo aprendido en la UO: cómo embotellar el famoso Prú Oriental o las bondades de las plantas medicinales estuvieron entre sus desvelos investigativos de estudiante.

Formó parte de una generación que rechazó la politiquería, que había traicionado los ideales patrióticos y las doctrinas de Martí, por eso de aquel emporio de ideas revolucionarias que fue la Universidad emergió la luchadora convencida.

«En realidad siempre había tenido unos anhelos muy románticos de poder participar en luchas heroicas como en la guerra de independencia», reflexionaría muchos años después, al evocar la rabia de aquella jornada, en medio de una clase de Mecánica, cuando un bedel anunció: «Batista tomó el poder», y ella comenzó a comprender que había llegado la hora de hacer por Cuba de verdad.

Las calles santiagueras aún la recuerdan, siempre delante, portando la bandera de su escuela de ingeniería, en las manifestaciones organizadas por la FEU de Oriente; toda iniciativa en el movimiento político en demanda del restablecimiento de la Constitución de 1940; en mítines de reafirmación o repartiendo proclamas con versos de Heredia en los alrededores de la Universidad, «para que la población leyera el clamor por la libertad desde la belleza de la poesía», al tiempo que se afianzaban y desarrollaban sus ideas políticas.

Ya para esa época sabía disparar, manejaba y ponía todas sus potencialidades y creatividad en función de la lucha. «Vilma llamaba la atención por varias razones: por su porte, por su carisma, por su estatura, (…) y por una sonrisa que cautivaba a primera vista y que luego de conocerla más de cerca transmitía pura y femenina dulzura. Además, conducía un automóvil (…), lo que equivalía a independencia y modernidad, elementos no comunes en la mujer de aquella época», evocaría ante la prensa su vecino y compañero de luchas Luis A. Clergé.

Y es que en la mujer que descolló en las serranías del Segundo Frente, mientras suavizaba jornadas difíciles de guerrilla y monte con canciones de amor; la que se emocionaba con los olores de la naturaleza, el verde de los campos o la magia de un amanecer; en la Heroína, la dirigente, la fundadora de empresas de detalles y ejemplo en defensa de la mujer, persistió siempre la huella, rebelde, intrépida y tierna, de la niña audaz, la adolescente transgresora, amante de la justicia, la cultura y el conocimiento que el 7 de abril de 1930 vio la luz en Santiago y hasta hoy es savia y flor de futuro.

Referencias:

Testimonios de Alicia Martínez, quien por más de 30 años acompañó a la Heroína, y de Luis A. Clergé, combatiente santiaguero.

 

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