Bajó la mirada para tomar aliento y recuperarse, después de que el dolor le empañara la voz. Ahí estaba este jueves el doctor Durán, ante cámara, mostrando en su rostro, sin proponérselo, lo que ha sentido más de medio mundo al perder a un colega, a un familiar, a un amigo. ¿Quién se siente cómodo al mostrarse vulnerable frente a un país, frente a nadie? ¿A quién le gusta que su dolor se haga público, como si abrirse el pecho y mostrar las heridas fuese lo común?
Los tiroteos masivos siguen sonando y matando en Estados Unidos ante el asombro internacional a pesar de la sistematicidad con que ocurren en el lugar menos imaginado.
A finales de febrero, Cienfuegos volvió a ajustarse el cinturón ante la inminencia de un rebrote de COVID-19. El cierre de los comercios a las dos de la tarde, el regreso de los alumnos a las clases en el hogar y la restricción de movilidad entre las siete de la noche y las cinco de la mañana fueron parte de la estrategia para volver a frenar el coronavirus.
No ajeno a recursos literarios —ya se sabe que la gesta profunda se entiende con la literatura—, una buena parte del discurso de Miguel Díaz-Canel Bermúdez en la clausura del 8vo. Congreso del Partido fue dedicado a hacer un retrato mural, inédito en su pública extensión, de Raúl.
Fieles a la tradición establecida, cada 23 de abril, Día del idioma, depositamos flores ante el monumento a Miguel de Cervantes en el parque de San Juan de Dios. Allí reposa la representación de su figura sedente, acomodada en vestuario renacentista. Ajenos al significado de lo que en este sitio sucede, los chiquillos del barrio corretean a su alrededor. Semejante a Don Quijote de la Mancha, el personaje nacido de su pluma que echó a andar para siempre, cabalgando a través de los siglos y atravesando tierras y océanos, Cervantes fue también un caballero de la triste figura. Por ese motivo, la imagen del hidalgo manchego montado sobre el huesudo Rocinante evoca con mayor exactitud el recuerdo del genio de la creación literaria que intentó en vano subsistir mediante el ejercicio de las artes del cortesano.
El 23 de abril de 1616 figura en los anales de la cultura universal como una jornada azarosamente trágica. Ese día —¡vaya con las coincidencias!—, murieron tres íconos literarios: el inglés William Shakespeare, el español Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega.
Ni empezó el viernes, ni terminó el lunes. El Congreso del Partido Comunista de Cuba continúa. O comienza ahora, en cada uno de nosotros, militantes o no, y, fundamentalmente, en cada núcleo. En aquellos adelantados que desde hace tiempo actuaban animados por no dejarse poner etiquetas y en los que esperan por las orientaciones para ejecutarlas «tal cual».
Lo que mi generación vio en años como una posibilidad remota en la historia de Cuba y aquel llamado a «ponerse las pilas» para ser la primera que tendría que asumir el desarrollo de nuestra sociedad después de la que lideró el triunfo de la Revolución, se confirmó cabalmente el lunes último cuando el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, fue elegido como Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista.
El desarrollo del Congreso del Partido suscita recuerdos, reflexiones y expectativas. Ahora mismo, mientras transcurren las jornadas de análisis y debate, me asalta la evocación de los años fundacionales, allá por los 60 del pasado siglo.
El 1ro. de enero de 1959, triunfaba en las propias narices del imperio un gran suceso que cambiaría el destino de América.