Los tiroteos masivos siguen sonando y matando en Estados Unidos ante el asombro internacional a pesar de la sistematicidad con que ocurren en el lugar menos imaginado.
Más allá de que lo haga un perturbado mental o no, la cuestión estriba en que cualquiera puede llevar bajo la camisa un arma y, consecuentemente, resulta más expedito apretar el gatillo.
Ese panorama se complica con la violencia policial que ha ocasionado numerosísimos asesinatos de afronorteamericanos sin que hasta ahora tampoco hayan podido evitarlos.
No hay la más mínima exageración. Hemos apreciado por la televisión o leído en la prensa cómo, por el simple gesto de un perseguido de intentar llevarse la mano a la cintura lo han lapidado al instante sin el más mínimo miramiento. Luego se cierra el trágico capítulo con la declaración del policía de que pensó que su vida estaba en peligro. Es decir, utiliza la defensa propia aun sin apreciar la posible arma del presunto atacante.
Esto ocurre, obvio, en las sociedades signadas por la violencia y en las que casi todos andan armados. Por ejemplo, los estadounidenses acumulan casi el 46 por ciento de los millones de armas de fuego en manos civiles que se calcula que hay en todo el mundo.
Con ese arsenal en la calle no es de extrañar, por ejemplo, que Estados Unidos haya sufrido al menos 147 tiroteos masivos en los primeros meses de 2021, según un análisis de datos del Archivo de Violencia con Armas, una organización sin fines de lucro con sede en Washington, refiere el portal digital en español CNN.
Uno de los tiroteos masivos más mortíferos de este año ocurrió el 22 de marzo en un supermercado de Boulder, en Colorado, que ocasionó diez muertos, unos días antes un hombre mató a ocho personas en Atlanta, Georgia. Después han sucedido otros en distintas ciudades norteamericanas.
Según reportes de la prensa, la mayoría de los autores de los tiroteos resultan personas con desequilibrios o trastornos mentales que se sienten excluidos y encuentran en el fácil acceso a las armas una forma de ejecutar su furia contra la sociedad.
A pesar de la inseguridad que generan y la indignación que causan esos hechos mantienen una alta frecuencia. La situación ha llegado al extremo de que el presidente norteamericano Joe Biden calificara la violencia con armas de fuego en Estados Unidos como una epidemia y una vergüenza internacional.
En ese país el derecho a portarlas está consagrado en la Segunda Enmienda de la Constitución, y los intentos por más leyes sobre su control han encontrado y encuentran escollos, porque sus ventas resultan un negocio muy, muy lucrativo, movido por intereses con la mente más puesta en el dinero que en la protección de la vida.