Ni empezó el viernes, ni terminó el lunes. El Congreso del Partido Comunista de Cuba continúa. O comienza ahora, en cada uno de nosotros, militantes o no, y, fundamentalmente, en cada núcleo. En aquellos adelantados que desde hace tiempo actuaban animados por no dejarse poner etiquetas y en los que esperan por las orientaciones para ejecutarlas «tal cual».
Es hora de la ruptura dentro de la continuidad. De cambiar la lógica: empujando de abajo hacia arriba más que a la inversa, la Revolución será más nuestra, más de todos, más de la Cuba profunda, que ha sido horcón de esta obra que se renueva 60 años después; porque así han de ser los proyectos genuinamente auténticos: jóvenes (de alma) siempre.
Presenciando, en vivo, las sesiones de trabajo en comisiones durante el cónclave partidista visualicé, también, al núcleo de mi colega Tamayo. Sus reuniones son siempre congresos: por la profundidad de los temas, que van desde la rutina del periódico, hasta las columnas que sostienen a Cuba Socialista; y porque construyen los acuerdos a partir de la más rica y apasionada diversidad de enfoques y criterios. Los debates, y no el reloj, dictan sus tiempos.
A esa sacudida estamos llamados. De esencias y no de apariencia. Parece, y de hecho es, la frase que algunos han vaciado de contenido, abusando de ella en carcomidos discursos; mas ahora cobra otro significado, el que siempre ha debido tener, en una época diferente y con desafíos impostergables.
Pensemos y actuemos con creatividad, no solo en blanco y negro. La paleta de opiniones populares va desde los colores primarios, hasta los híbridos; veraniegos e invernales, apasionados y fríos, como nuestro clima cultural. Bebiendo de ellos, tomándolos siempre en cuenta, seremos lo que los tiempos actuales demandan de los revolucionarios.
Estamos desafiados a resistir y vencer. Lo uno a la par de lo otro. Y solo juntando ciencia y conciencia, herejía y disciplina, pasión y serenidad, podremos vencer los obstáculos que cada vez son mayores y al mismo tiempo aguijonazos para mostrar de qué está hecha esta Revolución, nacida en el siglo XIX y sin final en el horizonte.
En nuestras manos han puesto una Cuba soberana, rebelde, humanista, solidaria; que, como Javier Sotomayor, toca la gloria sin impulso de nadie ni nada ajeno, con sus propias fuerzas, y se yergue cien metros de dignidad por encima de su vecino, el grandulón que se cree dueño del mundo.
Heredamos una Cuba viva, que luce las bellezas por dentro y no en las desgarraduras de su cuerpo de tantos años peleando contra demonios externos y los suyos propios. Pero como buenos hijos, tenemos el deber de hacer aún más limpia su alma y restañar viejas y nuevas heridas en su piel.
A eso nos llamaron Raúl y Díaz-Canel en esas horas históricas, de viernes a lunes, en que, fundiéndose en un abrazo (otro más), se pasaron el batón político. Hubo en estas jornadas de congreso un diálogo imaginario de muchas generaciones: cada una contando y escuchando. Se habló de métodos analógicos y digitales. De Gutenberg a las redes sociales. Sobre los ritmos de ayer y de hoy. Sin embargo, la brújula (antigua o moderna) sigue apuntando hacia el mismo destino.
Pensaba, poco después de los últimos aplausos en la sesión de clausura, mientras mi colega Tamayo ultimaba su nota para Juventud Rebelde, en cómo será su próxima reunión del núcleo. Aunque no milite en él, quiero estar. Voy a estar. Porque como dijo Díaz-Canel: En una Revolución auténtica la victoria es el aprendizaje. El congreso empezó el martes.