Construir la memoria es el objetivo de la joven artista con su atractiva exposición. Autor: Cortesía de la entrevistada Publicado: 18/11/2024 | 07:10 pm
Moník Molinet, tal vez no guarda recuerdo alguno de vivencias con sus abuelos. No los tuvo cerca, no los conoció, no los disfrutó, no los recuerda. Sin embargo, ahora tiene nueve. Con ellos la joven artista «fabricó» su propio álbum familiar y propicia la reflexión en torno a lo que se vive de manera espontánea o se muestra como una puesta en escena.
Abuelas y abuelos prestados es el proyecto fotográfico de autorretrato que coloca por primera vez a Moník en la Bienal de La Habana como parte de su selección oficial. Inaugurada este domingo, la exposición permanecerá abierta hasta el venidero 28 de febrero en Malecón Art 255, integrada por 29 imágenes, una sala de video interactiva —diseñada como la sala de la casa de nuestros abuelos— y una gigantografía en el céntrico cine Payret, para romper las fronteras entre lo público y lo privado.
Nacida en Pinar del Río, con estudios de música clásica y de artes escénicas, Moník apostó por la fotografía y las artes visuales en general hace más de diez años, «porque me interesa utilizar mi cámara como instrumento para expresarme y alterar el imaginario visual, con el objetivo de construir un mundo más equitativo, más justo y más ético».
Luego de cuestionar la masculinidad hegemónica, violenta, viciada y estereotipada en la exposición Hombres con flores, exhibida anteriormente en Fábrica de Arte Cubano, en la capital, Moník trae ahora este proyecto, centrado en la relación familiar específica entre abuelos y nietos para resignificar el vínculo, revalorizarlo en el imaginario visual, y propiciar un momento de celebración para abuelas y abuelos.
«Me preocupa que los jóvenes, sobre todo, vean a los adultos mayores más como una fuente de cuidados y necesidades que de conocimientos, amor y sabiduría. Me interesa dirigir la mirada hacia la armonía hogareña que ellos favorecen, destacar su rol importante en las familias y en cada miembro en particular. En ese mundo mejor que me interesa concebir, yo tengo abuelos».
Con nueve actores de Cuba y en sus propios hogares, Moník recreó escenas diversas, íntimas y cotidianas de una relación normal entre abuelos y nietos, cual si fuera la de ella con los suyos reales, acompañada por un equipo que comprendió desde el principio su concepto, la apoyó y lo enriqueció con cada detalle artístico.
«La narrativa está enfocada en abuelos más jóvenes para las primeras imágenes, que pueden verse en el primer piso del inmueble y, seguidamente, las que podemos encontrar en la segunda planta, con abuelos más viejos. La escalera es un símbolo de transición entre etapas de la vida que, sabemos, nos lleva a la muerte al final.
«El guion lo hicimos con cuatro puntos principales: cosas que hacen los abuelos por los nietos, cosas que hacen los nietos por los abuelos, trabajo en equipo y tiempo de ocio. Cada imagen está acompañada por anécdotas en calidad de pie de fotos, que pueden ser compartidas por quienes asistan. Empleé técnicas teatrales inspiradas en el Verfremdungseffekt de Bertolt Brecht, mi punto de partida fue la fotografía analógica».
—¿Cuál es tu gran objetivo con este proyecto?
—Principalmente, esta obra intenta ver hasta qué punto el arte puede funcionar en ese acto de suplir carencias personales; en este caso, mi relación con abuelas y abuelos. Cuando inicio esta búsqueda, me dirijo hacia esos lugares tratando de llenar esos vacíos, y lo que hago es resaltarlos.
«Entonces, es un buen punto de encuentro aquello que muestro para muchas personas, porque pueden resemantizar la relación entre abuelos y nietos, así como celebrar la empatía y lo humano».
—Esta serie llega a Cuba luego de haber sido premiada a nivel internacional…
—Afortunadamente, este proyecto ha tenido mucha suerte desde que lo hicimos en abril. Viajó, gracias al programa Transcultura de la Unesco, a Foto España, donde se presentó. Obtuvo Mención Honorífica en Innovate Grant 2024 y fue selección de jurado en una galería en Londres, donde se exhibirá próximamente.
«Me alegro de ese recorrido y de la presencia actual en la Bienal de La Habana. Las fotos se hicieron en cuatro días. Trabajé con el equipo en la etapa previa y la posproducción también en tiempo récord, porque ya el proyecto estaba seleccionado para viajar a Foto España. Al regreso, digitalicé todo para el evento aquí, y además para enviarlo a otras convocatorias. Hemos trabajado mucho, incansablemente, para brindarles a las familias cubanas este espacio cálido y bien cuidado de goce, de disfrute».
Lorenzo J. Torres es el comisario y curador de la exposición; Arianna Delgado asumió la dirección de actores; Pavel Marrero, el estilismo; Lena Hernández y Carla Franco en video y gaffer, y Libia Batista, el casting. El diseño gráfico estuvo a cargo de Kalia León, Claudio Peláez se encargó de la edición de video, Vedado Films dispuso el equipamiento de video y la labor de Relaciones Públicas la desempeña Dayana Hernández.
—¿Cómo se sienten tus abuelas y abuelos prestados?
—Al principio, quizá, no comprendían muy bien la esencia de este proyecto. Después de los días de rodaje entendieron mejor y ello se traduce en la cercanía con la que nos tratan. Las sesiones de fotos fue una excusa para hacernos sus amigos. En mi caso, ahora soy la nieta prestada de Tania Pire, Otto Rabajo, Estela C. Miranda, Adalberto Mena, Ester Aida, Julia T. González, René Facenda, Tania Díaz y José A. Ramírez.
—Si bien pareciera que haber estudiado música y artes escénicas no tiene nada que ver con ser artista visual, es todo lo contrario. ¿Por qué estar del otro lado de la creación?
—Siendo actriz, trabajas con un equipo y dependes del director, el guionista, el productor, del editor… Sin embargo, estando del otro lado de la cámara, es cierto que asumo muchas responsabilidades, pero soy dueña de mi propia voz. Puedo mirar hacia los lugares que me interesa señalar, destacar, ponderar. Puedo mostrar la mirada que me interesa sumar al imaginario visual, que intenta ofrecer un mejor mundo y, sin duda, me hace sentir más empoderada.
—Residir en México puede ser una pausa en tu trabajo creativo o un impulso… ¿Cuánto te ha aportado desde el punto de vista artístico?
—Emigrar siempre es difícil. Nunca me ha interesado irme completamente de mi país. Me interesa regresar y sumarle, me siento muy conectada con Cuba. Mis padres viven acá, me agrada pasar tiempo con ellos. En Guadalajara, donde vivo, he podido trabajar lo que me ha interesado, sobre todo, más vinculada al activismo feminista y a la documentación. Me ha aportado mucho porque, en definitiva, exploro lo que es crear en dos lugares, y beber de ambos.
«En algún momento me preguntaron si quería hacer el proyecto con abuelas y abuelos mexicanos, pero es que esta obra busca construir una memoria que no tuve, y entonces esos abuelos y abuelas que tomo prestados debían ser cubanos, y los escenarios, los nuestros. Por eso también me gusta que Malecón Art 255 acoja la exposición, porque es una casa antigua, más cercana a la idea conceptual. En ese espacio hay un encanto tremendo y sé que los espectadores lo percibirán».
—La exposición crece fuera de las paredes para asumir acciones de impacto social…
—Siempre mi obra tendrá una conexión con la realidad. Malecón Art 255 será un punto de acopio de donativos para hogares de ancianos y otros centros. En colaboración con el Centro Martin Luther King, les haremos llegar a adultos mayores lo que las personas traigan cuando vengan a ver la muestra. El arte puede convocar, y puede salvar.
Moník Molinet lleva en su mano derecha —la misma con la que presiona el obturador— las palabras ética y estética. El eterno conflicto de un artista se encuentra en esos dos vocablos. «Es el único tatuaje que tengo. Me interesa recordar que siempre hay que defender un balance entre lo noble, lo bueno y lo que tiene un valor humano, con lo bello, que es el arte, lo estético. Añadirle la dimensión ética a todo lo que creamos es eminentemente necesario».