El abatimiento de las palmas no es mayor que la tristeza en el ceño de la campesina, desalojada a su suerte, con una docena de harapos a mitad del camino. A los policías de la Guardia Rural poco les importan los llantos que atestiguan y, en poses machangas, esperan que la madre salga de su bohío inhabitable con lo único bueno que tiene: el hijo.
Un niño desnudo, de extremidades raquíticas y estómago insuflado por parásitos, mira cortante desde un taburete que semeja ser más grande que él, mientras detrás sus hermanas lloran. Cuatro pequeños negros se consuelan entre trastos y una cama con colchón deplorable; otro, teniendo como única pieza entera sobre su cuerpo unos zapatos desgastados, mira hacia un fusil de juguete desde el otro lado de la cristalería de una tienda, a la que jamás podrá acceder.
Con avidez retadora, una niña está sentada en los pupitres carcomidos de una escuela pública; en las sillas se puede ver acuñado, aunque casi mustio, el escudo de una República hastiada y a medias.
La popular Revista Carteles, hacia 1956, describió en imágenes cómo era la Cuba de entonces. No encontró ni rastro del esplendor que se pregonaba. Halló un país con sufrimiento, frustración y enconado sentimiento de rabia.
El flash back o el antes de esa trama, tiene su exacerbación a partir de la madrugada del 10 de marzo de 1952. A la frialdad de la noche, se sumó el escalofriante modo con que, urgidos por la avisada derrota electoral, un furibundo y obcecado militar, llamado Fulgencio Batista Zaldívar, junto a sus apátridas seguidores, asestaron una zurra a la Constitución y al orden social y político imperante.
¿Qué vendría después? Horror. Balas cegadoras. Sangre rojísima. Silencio. Sesos. Miembros. Más miseria. Hurto. Dispendio. Sumisión. Dolor. Asechanza.
El golpe de marzo, además de impedir el ascenso de las fuerzas progresistas de la época, enterró a la nación en una espiral de violencia y confrontación, en cuya realidad era imposible salir a la calle con la seguridad de regresar a casa; o en la que una madre rezaba el Padre Nuestro todas las noches, para que nadie de su familia terminara en un cuartel con los huevos machacados o los ojos escupidos del rostro.
Los que califican a la tiranía batistiana como una época de oro, ven estrellarse sus matrices de opinión con los escasos datos sociales que trascienden de aquellos años funestos: cientos de miles de analfabetos; 400 000 niños sin escuelas y más de 10 000 maestros sin aulas; 661 000 personas sin empleo o subempleadas.
Según cifras aportadas por el Doctor en Ciencias Históricas Eugenio Suárez Pérez, en el artículo Así comenzamos: Una aproximación, cuando Batista dio el golpe de Estado las arcas del Gobierno ascendían a los 531 millones de pesos, y al amanecer del día 1ro. de enero de 1959, solo se contabilizaban 70 millones. Los cabecillas del régimen habían despilfarrado o robado más de 424 millones de dólares.
A lo anteriormente expresado se suman el resquebrajamiento de la institucionalidad y la pérdida de la fe de los ciudadanos en el mejoramiento de las condiciones del país. El 10 de marzo es un recordatorio oscuro del pasado reciente de Cuba, al que solo lo pudo trastocar, para bien, una Revolución de justicia social y obras profundas.