¿Quién está fuera de casa durante el azote de un huracán? ¿Alguna cola activa en medio del viento y la lluvia? ¿Gente abordando ómnibus para trasladarse sin la «imperiosa necesidad», mientras el agua va subiendo y hay gran probabilidad de inundación? ¿Los muchachos jugando en la calle para «matar» el aburrimiento o calmar la ansiedad, a pesar del riesgo? Durante años nos han enseñado —y hemos aprendido— que debemos protegernos. Resguardar la vida humana siempre ha sido la prioridad de la Defensa Civil.
En los días de mi infancia pasé de las biografías de artistas e inventores a las novelas de Alejandro Dumas, desde los pasajes de Los tres mosqueteros a las intrigas de la corte de Catalina de Médicis y su sangrienta noche de San Bartolomé, para llegar a las aventuras relatadas por Julio Verne. De este último, recuerdo ahora Los hijos del capitán Grant.
Show mediático, manipulación intencionada, intento de golpe blando, propagación de epidemia. Cualquiera de esas palabras resume lo sucedido este 27 de enero, víspera del natalicio de José Martí, a las afueras del Ministerio de Cultura de Cuba (Mincult).
Mientras enero dice adiós, las noches son más frías y húmedas. Es 27, poco después de las 10:00 p.m., y el calor de un mar de pueblo inunda la Colina universitaria. La Habana «anda a pasos de luz». Una muchedumbre refulgente la ilumina como los astros. De entre la humareda y el fuego de las antorchas renace Martí. También Fidel. Cuba.
En el actual escenario económico, con tensiones lógicas entre inflaciones y desabastecimientos, las indisciplinas y violaciones intentan con mayor habilidad burlar el orden y sentido común. De ahí que sea casi una norma que topemos con tablillas sin precios, cobros en exceso, falta de calidad y comercialización en el sector no estatal de productos industriales, principalmente los de gran demanda, como los de aseo.
Amanecía 1961. No lo sabíamos todavía, pero estábamos entrando en un año decisivo. En Nueva York, con el rostro aún tumefacto al cabo de una serie de operaciones, de súbito me llegó la noticia. Estados Unidos había roto las relaciones diplomáticas con Cuba. Aceleré los trámites de regreso. Al llegar a La Habana me encontré con un paisaje sorprendente. El país estaba sobre las armas. La guardia miliciana reforzaba los puntos estratégicos. Había emplazamientos artilleros en el Hotel Nacional y los milicianos aseguraban la vigilancia en los edificios más altos de la ciudad.
¡Por fin! se fue 2020. Hemos sobrevivido —y lo podemos afirmar con vehemencia— uno de los años más difíciles de la finiquitada década. Atrás quedó un almanaque desolador, aciago y vertiginoso. Si en estos 12 meses no aprendimos «a madrazos» algo, entonces de nada habrá servido la experiencia.
Tenemos, bendita suerte, tres maneras para intentar blindarnos contra este virus, pero absurdamente muchos continúan tirándolas por la ventana, a riesgo de viajar al Nunca Jamás.
En su emblemático texto El socialismo y el hombre en Cuba, publicado en 1965, el Che Guevara hacía énfasis en la importancia de ir formando una nueva conciencia en los individuos a la par que se modificaban sus condiciones de vida anterior. Superar las relaciones capitalistas es superar también su reflejo en la conciencia de los hombres y mujeres que viven inmersos en dichas relaciones.
Entre tanto sumar y restar, multiplicar y dividir, cuentas y más cuentas que van y que vienen, que se ajustan y reajustan, que suben o bajan —hace recordar aquel estribillo: «tengo una bolita que me sube y me baja…»— podríamos obviar, tras el cruce de la comprometedora raya del Día cero, que, como enseña El principito, no pocas veces lo esencial es invisible para los ojos.