En 1959, Carpentier llevaba 14 años instalado en Caracas, donde sus conocimientos en los campos de la publicidad y la radiodifusión le proporcionaron bienestar material y, por primera vez, la disponibilidad de tiempo para desarrollar su obra literaria. Con El reino de este mundo alcanzó renombre internacional, reafirmado luego a partir de la difusión de Los pasos perdidos. En Europa y Estados Unidos la crítica acogió con entusiasmo la aparición de una narrativa renovadora en su visión de América y en la concepción de la novela histórica.
Si se fueran a elegir a los candidatos para el Lucas de lo más debatido en el primer mes de la Tarea Ordenamiento, sin lugar a dudas la dupla precios-salarios estaría entre las nominaciones estrellas al galardón de la popularidad. Resulta difícil por estos días no encontrar un debate, en los lugares más disímiles, donde no salgan a relucir los andares de ese «matrimonio».
Una frase del refranero popular dice más o menos así: «al árbol no se le debe juzgar solo por sus ramas». Si aplicamos este apotegma a la Tarea Ordenamiento —de la cual se comienzan a ver los primeros rastros en estos días— entonces algunos no serían tan absolutos al valorar negativamente, a rajatabla, este proceso que según han reconocido las propias autoridades del país se trata del más complejo llevado a cabo por la Revolución en 62 años.
Al estilo más criollo del célebre detective privado Sherlock Holmes transcurrieron los últimos minutos de 2020 en mi barrio. El detective privado de ficción —creado en 1887 por el escritor británico Sir Arthur Conan Doyle— me remontó a sus ardides para rescatar, de manos de unos malhechores, «el año viejo» que, con amor y hasta un poco de venganza, habíamos confeccionado para que ardiera todo lo malo de 2020 con él.
¿Quinientos cincuenta nuevos casos positivos? La cifra, que resumió el escenario epidemiológico de Cuba ayer, le erizó la piel a no pocos. Son demasiados casos, escuché decir, pero ¿qué esperábamos? La COVID-19 no desaparecerá por arte de magia y según vaticinaron los científicos la convivencia con el agente causante de la enfermedad exige una conducta individual...
Monto el último «P» del día, pago con mis diez monedas y el chofer me mira brevemente, con cara de 3,14 o Giocondo indescifrable, tal vez asombrado por mi alijo de calderilla, pero el lance no pasa de ahí, porque ambos sabemos que todo está en regla. En esa misma parada había visto al señor que cambia billetes —antes daba cuatro pesetas por cada peso, «ganándose» una en el trueque— y me pregunté cuál será su tasa vigente: ¿se quedará con un peso, de cada cinco…? El caso es que en todo mi viaje a «Europa» (Habana) del Este fui pensando en mi atribulada amiga Doña Peseta.
Si hubiera dependido de su voluntad, la familia completa lo habría recibido en la mismísima escalerilla del avión. Pero no ¡imposible! Y no solo porque lo prohíben los protocolos de seguridad de cualquier aeropuerto. Lo establece también el control sanitario internacional para descartar el riesgo de propagación del Sars-CoV-2.
Esperábamos el comienzo de este año. Con ansias, los cubanos contamos los días desde que meses atrás se divulgara la intención de comenzar la vacunación contra la COVID-19 en el primer trimestre de 2021. Por supuesto que anhelamos la inmunización total de nuestra población, a sabiendas de que existen cuatro candidatos vacunales en ensayos clínicos. Pero temo que por habernos esperanzado en los resultados del arduo trabajo de un grupo de científicos, hayamos olvidado nuestro deber primero.
«Yo vengo de todas partes», decía José Martí en un célebre poema. La imagen suscita una reflexión sobre el complejo proceso de construcción de la identidad nacional. Los habitantes originarios habían remontado las islas del Caribe. Víctimas de la violencia de los colonizadores, no fueron exterminados del todo. El arribo de los españoles mantuvo un flujo continuo. A lo largo de un breve transcurso de algo más de dos siglos, los pobladores del país fueron llegando, en oleadas sucesivas, de distintos lugares. Con la brutal introducción de la mano de obra esclava llegó también el componente africano de nuestra cultura. Sujetos a contratos leoninos, se añadieron los culíes procedentes de China. Vinieron después los antillanos, mayoritariamente de Haití y Jamaica. Las políticas de blanqueamiento abrieron el acceso a nuevos inmigrantes. Hubo grupos minoritarios de libaneses, judíos y europeos. Todos contribuyeron en algún grado a enriquecer el cauce de la nación.
Una semana después del día cero, el impacto del ordenamiento económico solo ha sido visible, por ahora, en el descosido al bolsillo familiar, que por estos días comienza a engordar como nunca antes en la mayoría de los trabajadores, jubilados y pensionados.