Una semana después del día cero, el impacto del ordenamiento económico solo ha sido visible, por ahora, en el descosido al bolsillo familiar, que por estos días comienza a engordar como nunca antes en la mayoría de los trabajadores, jubilados y pensionados.
En pocas jornadas ha sucedido lo previsible: ajustes o reajustes en precios de algunos productos y servicios, casi todos fijados por empresas y no de manera centralizada, que dejan dudas sobre cómo se conformaron inicialmente.
Al parecer, no todos los decisores de alzas desmedidas tomaron nota de las reiteradas indicaciones de Marino Murillo, jefe de la Comisión de Implementación de los Lineamientos, para reducir el margen de error en el proceso de reforma de precios. En vez de ajustar costos o establecer ganancias económicamente prudentes y socialmente sostenibles, multiplicaron por un número conveniente (para ellos) y creyeron que todo iba a estar resuelto.
La práctica ha mostrado vulnerabilidades en ese sentido y a ojo de buen consumidor no siempre ha jugado la lista con el billete. Las correcciones en Coppelia y en tarifas del transporte son un ejemplo. Los montos ajustados no son tan pequeños.
Nada humano es perfecto, pero sí perfectible. Corregir a tiempo, escuchar todas las partes, pensar juntos, buscar soluciones y, sobre todo, enfocarse en que el pueblo sea siempre el beneficiado, deben ser máximas que rijan en estos meses iniciales.
Tampoco debe quedar todo a la buena de los números y los esquemas previamente definidos. Los problemas tienen rostros. Hay familias que vistas de una manera no son vulnerables, pero cuando se hurga con ojos humanos en su realidad, la opinión puede cambiar.
Pienso, también, en el precio de los alimentos destinados a las personas acogidas al Sistema de Atención a la Familia (SAF). Sé de no pocos que han dejado de adquirirlos o están valorando esa opción cuando sacan cuentas. Sus ingresos están en los rangos más bajos y esa partida mensual los deja muy cortos para otros gastos imprescindibles.
La agricultura es un asunto estratégico, nada que se comporte como un freno es saludable, y menos ahora. En ese renglón urge rectificar más de un número para que los campesinos produzcan más y las tierras ociosas dejen de serlo. A veces, el enfoque político de algunas decisiones le debe ganar el pulso al económico, y en otros casos «perdiendo» hoy, se gana, y mucho, mañana.
Estos meses deben ser vistos con lupa de grosor doble dentro de la casa grande que es Cuba y de la chiquita que son nuestros centros laborales y las viviendas. Ya ha habido cambios y seguramente habrá otros sobre la marcha para corregir deformaciones o malinterpretaciones.
Las otras esencias del ordenamiento monetario son menos visibles en estos días. A lo interno, los movimientos telúricos en las empresas están dando sacudidas fuertes, y como mismo está sucediendo hoy en el mercado de bienes y servicios al que concurren las familias, también tendrán que dar algunas vueltas de tuerca, ya sea para aflojar o apretar.
El éxito de un proceso tan integral y abarcador, el más profundo del país en el actual siglo, trasciende el impacto netamente económico de las decisiones. Cualquier lastre, sea herencia burocrática o falta de previsión y sentido de la envergadura de las transformaciones, debe ser quitado, y de cuajo. Sin miramientos ni temores.
La apuesta es por un país mejor para todos, y es entre todos, sin que un actor se sienta más importante que los demás, que debemos construirlo. Que haya buen ritmo en la obra común nos pone más cerca de ese futuro próspero, pero donde haya un ladrillo mal puesto se debe quitar a tiempo para que el edificio sea duradero.