La primera campanada de alarma sonó en la inauguración de la Serie Nacional de Béisbol. Personas de todas las edades se situaron en las graderías del Mártires de Barbados, de Bayamo, para volver a experimentar, después de tantos meses de aislamiento, la emoción y la algarabía propias de un estadio.
Hace 120 años nació, casi por casualidad en la calle habanera de San Juan de Dios, Marcelo Pogolotti. Hijo de extranjeros, dado que su padre era italiano y su madre anglonorteamericana, el idioma utilizado en la intimidad familiar era el inglés. Aunque pasó desde pequeño largas temporadas en Europa, cursó parte de la enseñanza primaria en escuelas cubanas situadas en el entonces bastante deshabitado municipio de Marianao.
Todavía debe estar asustado. Y sus padres, además, molestos. Que un niño de nueve años juegue en el parque, como otros días, está bien. Que no cruce la calle sin permiso, que se cuide de no lastimarse y que comparta juegos y vivencias con sus amigos, está bien. Que no se atemorice porque vea perros llegar con sus dueños, está bien. Pero que luego su tarde se nuble con lágrimas, resulte herido y quienes debían socorrerlo no lo hagan, eso está mal.
Casi todo el mundo aprecia en la gordura un equivalente al bienestar y el buen vivir, una imagen de bonanza económica y buena salud, a pesar de que las apariencias engañan.
Algunos se asustarían si leyeran lo que dijeron aquellos sabios. Sócrates (470-399 a.n.e.), por ejemplo, sentenció que los jóvenes de su época eran unos tiranos porque contradecían a los padres, devoraban su comida y faltaban el respeto a los maestros. Y Platón (427-347 a.n.e.), otro genio griego, expresó sin tapujos: «Nuestra juventud tiene un deseo insaciable de riqueza, y atroces costumbres en lo que respecta a sus ropas y su pelo».
Cuando escribí en mi perfil en Facebook la breve y triste historia de una palmita desmelenada y fea después de ser «podada» por trabajadores de Servicios Comunales, varias personas de otras regiones de la geografía nacional contaron las suyas, en la brevedad que suelen tener los comentarios de las publicaciones en esa red social o un mensaje por chat.
El cronograma legislativo de la Asamblea Nacional prevé la actualización de las normas jurídicas que habrán de garantizar la protección del patrimonio cultural.
En el barrio donde vive, los vecinos lamentan que Nicolás no se haya reservado para la ancianidad una buena tajada de su antiguo buen carácter. ¿Lo dirán porque ahora, con sus 83 almanaques a cuestas, es un vejete cascarrabias que rezonga entre dientes y mira de soslayo? Algunos murmuran que es su propia familia —con sus regaños habituales y sus prohibiciones absurdas— la que lo ha puesto así de hosco.
La credibilidad del Gobierno no la van a poner en la picota pública los remolones e insensibles, ¡cuidado, mucho cuidado con esos personajes! Sabemos de memoria qué equivale motivar a la gente a que pierda la confianza en la máxima dirección del país.
María —yayabera octogenaria— solo atinó a alzar sus brazos al cielo como muestra de agradecimiento cuando confirmó con sus propios ojos lo que tanto se hablaba en el consejo popular Jesús María, de Sancti Spíritus: muy cerca de su casa, la barriada de Agramonte despertó tras un larguísimo letargo. Nuevos colores, cero maleza tupida, luces en varias calles… así se disiparon muchas de las quejas que por años persistieron en una de las zonas más longevas de la cuarta villa de Cuba.