Casi todo el mundo aprecia en la gordura un equivalente al bienestar y el buen vivir, una imagen de bonanza económica y buena salud, a pesar de que las apariencias engañan.
Mientras —lo sabe hasta el bobo de Hatillo—, el flaco excesivo dispara la impresión de desnutrición, o de portador de una enfermedad agazapada que en cualquier momento lo va a mandar para el nunca jamás.
Resulta irrefutable que a la vista pública el gordo tiene, por decirlo de alguna manera, más aceptación que el flaco. Si lo sabré yo, que prácticamente la brisa me mueve al caminar…
En realidad, hay más dominio público del origen del sobrepeso que del hecho de ser flaquito, cuyas causas, han afirmado especialistas, responden a características genéticas, si bien hay otros que sufren enfermedades como hipertiroidismo, diabetes y afecciones siquiátricas, como la depresión o la ansiedad crónica.
Se sabe que el patrón para engordar pasa especialmente por incrementar la ingesta de calorías, pero antes de determinar la dieta, lo más importante es descartar la existencia de posibles patologías, para evitar que un problema más grave avance sin que el paciente lo sepa.
Hacerse un chequeo médico ante la notoria delgadez es determinante. Incluso para confirmar, como ocurre a muchísimas personas sometidas al examen (qué suerte), que no se les descubrió ninguna anormalidad, y seguirán sin ganar los kilos necesarios para ostentar el peso «adecuado», categorizado por expertos de Salud según su talla y edad.
Hecha esta brevísima ilustración sobre posibles porqués de ser flacos —para evitar caer de fly en el tema—, sumo esa esencia callejera y de más alcurnia que muchos consideran depauperación por falta de guiso, o que el susodicho pasea todos los días su posible despedida hacia el nunca jamás.
De ahí que de manera imprudente le sueltan a cualquiera: «Oye, flaco, flaquito… ¿qué te pasa? ¿No tienes apetito o estás enfermo?». Y los hay que rematan: «¡Qué clase de cara! Cada día te veo peor…». O van más allá con el dardo de «ese hombre se va a caer en cualquier momento». O alegan que esa apariencia, que nada tiene que ver con el cerebro, puede perjudicar hasta su credibilidad profesional.
En este intento de contrapunteo no se puede obviar esa verdad verdadera de que existen gordos y flacos perfectamente saludables —¡grande que es la naturaleza!—, a pesar de su apariencia, lo cual puede inquietar a otros, pero al aludido esas preocupaciones le resbalan porque se siente bien. ¿Estamos?