Algunos se asustarían si leyeran lo que dijeron aquellos sabios. Sócrates (470-399 a.n.e.), por ejemplo, sentenció que los jóvenes de su época eran unos tiranos porque contradecían a los padres, devoraban su comida y faltaban el respeto a los maestros. Y Platón (427-347 a.n.e.), otro genio griego, expresó sin tapujos: «Nuestra juventud tiene un deseo insaciable de riqueza, y atroces costumbres en lo que respecta a sus ropas y su pelo».
No resulta difícil concluir, entonces, que la «perdición» de los más nuevos está sembrada en la mente de los mayores desde los tiempos antiguos. De manera que pudiéramos seguir existiendo sin ponerle demasiada atención al asunto, que se ha tornado como el cuento de la buena pipa.
Sin embargo, también debe ser cierto que sin esas presiones de los de más edad probablemente miles de jóvenes no hubiesen pasado a las edades superiores con madurez y sabiduría.
Estas reflexiones llegan a esta página, espoleadas por la cercanía de los 60 años de la Unión de Jóvenes Comunistas (4 de abril) y por la celebración de las asambleas municipales y provinciales del Partido, en las que se ha hablado mucho sobre las complejidades del trabajo político-ideológico con las nuevas generaciones.
Por regla, cada vez que se celebra este tipo de encuentros se desmiente con ejemplos que la juventud esté perdida, pero a la vez se habla de eliminar vicios, antivalores y tendencias nocivas presentes en porciones no despreciables de juventud.
Nadie cuestionaría la importancia de esa y otras asambleas similares; mas, si algo nos ha faltado después de tanto tiempo de necesarios balances y recuentos, es medir a la postre, de manera científica, la efectividad real de los análisis.
Lo escribo porque en más de una ocasión, en los minutos posteriores a una «excelente reunión» de jóvenes, hemos comprobado que las discusiones se quedaron sin vida en otros espacios, esos en los que no todos son de avanzada o tienen «conciencia del momento».
Un colega se ha preguntado varias veces, mitad en broma, mitad en serio, cuándo vamos a celebrar reuniones «con los malos»; es decir, con los más apáticos o menos activos, no solo para escucharlos, también para involucrarlos. Y su propuesta tiene cierta lógica, porque los nombrados «buenos» no necesitan demasiado convencimiento sobre cómo actuar en esta o aquella circunstancia.
Es cierto que se han abierto múltiples canales —desde las llamadas conexiones necesarias hasta los interesantes encuentros entre el Presidente de la República y los dirigentes juveniles, entre otros buenos ejemplos— para saber cómo piensan y actúan miles de estudiantes y obreros sin membresía activa en la Juventud. Pero sabemos que queda un mundo por delante en esos asuntos. ¿Encontraremos otros métodos que nos lleven al constante debate sobre los sueños, desacuerdos e inquietudes de todos los mozos, sin excepción? ¿Cómo llegar y convencer a los «extraviados» de un modo diferenciado y efectivo?
Responder esas preguntas tal vez nos conduzca a entender que lo de la «juventud perdida» no solo es cuento. Es, sobre todo, reto, porque implica el diario ejemplo personal de los mayores —muchas veces inexistente—, estudiar si nos hemos estancado o no en las miradas sobre los jóvenes, profundizar en la eficiencia o ineficiencia de nuestros mensajes, la búsqueda de caminos para una mayor inserción social de los nuevos en la Cuba de hoy, la polémica de ellos y con ellos.
Hace casi 60 años, Fidel expuso que sería nefasto para la nación tener una juventud que no pensara, dominada por inercias, idea que remachó en varias ocasiones hasta advertir, en junio de 2007, en un mensaje respuesta a la UJC, que si «los jóvenes fallan, todo fallará».
Esos pensamientos, a medida que galopa el almanaque, se tornan más vigorosos y preclaros. Y nos advierten de peligros tremendos, a veces subestimados. Si bien no debemos razonar como Sócrates o Platón, tampoco podemos cerrar los ojos y creer que el fracaso es imposible.
Al final, el optimismo debe ir acompañado de hechos para impedir que un mal día nuestra juventud, de verdad, «se pierda en lo claro», como suelen decir con tino los más veteranos.