Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Al estadio, ¿sin nasobuco?

Autor:

Osviel Castro Medel

La primera campanada de alarma sonó en la inauguración de la Serie Nacional de Béisbol. Personas de todas las edades se situaron en las graderías del Mártires de Barbados, de Bayamo, para volver a experimentar, después de tantos meses de aislamiento, la emoción y la algarabía propias de un estadio.

Pero entre esos miles de aficionados muchísimos pisotearon las medidas sanitarias prefijadas: vieron el partido sin nasobuco, abrazados, fumando, gritando en la cara de otros. Y ese «espectáculo» fue difundido por la televisión para Cuba y el mundo.

Lo peor es que después, en Santiago de Cuba, La Habana, Guantánamo… en casi todos los estadios del país, la fiesta de la despreocupación siguió creciendo, como si viviéramos en tiempos normales o como si esos aficionados sin nasobuco no hubieran caído en la cuenta de que ellos mismos pueden, al final, cerrar las puertas de la instalación deportiva para todo el público.

Resulta fácil entender los deseos incontenibles de los amantes del deporte y la naturaleza del juego de pelota,
que fue creado para no verlo desde la frialdad. El béisbol desata demasiado calor pasional y se torna monótono cuando no hay personas en las gradas.

Sin embargo, no debería verse con naturalidad —como el aplauso tras el jonrón— la ruptura de la norma colectiva, porque ese quiebre va ligado al desparpajo y al desafío a la autoridad. De hecho, ya han resurgido los coros groseros y obscenos de otro tiempo, un tema que requiere un comentario aparte.

Si admitimos que en un estadio con más de 15 000 personas es normal que muchos no traigan nasobuco, deberíamos aceptar entonces que la gente en la calle ande descubierta, algo que resultaría un disparate.

Las imágenes mostradas por la televisión y las redes sociales con aficionados sin protección han generado distintos criterios e interpretaciones. Alguien exponía en Facebook que «no le hagamos la guerra a los estadios con público porque disfrutar el espectáculo también mejora la salud mental». Mientras, otro expresaba: «Está bueno ya de encierro, todos estamos vacunados».

Por supuesto que no se trata de una arremetida contra los ciudadanos en las instalaciones deportivas ni de una cruzada por encerrarnos. Pero sí hace falta más que una guerra contra la indisciplina, el desorden, el desacato, la grosería y la irresponsabilidad. Es preciso mano dura —como tantas veces se ha escrito y muchas veces sin resultado—, aunque sabemos que con la coerción no basta.

Habría que preguntarse, en cualquier caso, cuántos de los que han vivido estos juegos con el nasobuco en el cuello tienen familiares vulnerables; es decir, niños menores de dos años (que no se han vacunado), ancianos mayores de 65 o personas con comorbilidades.

¿No es posible que enfrentemos una nueva oleada con este virus tan cambiante? ¿Nos llevará el exceso de confianza, irremediablemente, a un camino más drástico? Esos son escenarios que nadie quisiera, pero no son improbables, y el periodismo existe precisamente para la alerta, el llamado, la reflexión y el ejercicio de la verdad.

Vendrán más juegos de pelota, claro. Y nefasto sería, después de tantos esfuerzos, de vacunas y de estadios abiertos, que nos dejen al campo o terminemos perdiendo el campeonato de la vida por errores que pudieron haberse remediado.

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.