Muchas veces he venido a sentarme en el Malecón a confirmar las infantiles pruebas de la redondez de la Tierra con los barcos que se perdían aguas abajo como si resbalaran por una canal. Hoy, ante un mar bamboleante, saltarín, y un cielo encofrado de grises, me azuzan los recuerdos, la nostalgia, la sensación de brevedad. El horizonte, con su acostada certidumbre de que siempre se llegará a algún sitio, me revela la cruz latina del momento en que he llegado a la edad cuando ya el tiempo canta los números menores de mi cuenta regresiva.
Hay que romper el silencio que se ha impuesto en Miami sobre el acto terrorista que destruyó las oficinas en Coral Gables de Airline Brokers, una compañía de vuelos chárter a Cuba, el pasado viernes 27 de abril.
Hizo un viaje de inspección de 12 días y comprobó lo sabido, pero casi siempre ocultado, la histórica injusticia en que se mantiene a los pueblos nativos de Estados Unidos, 5,2 millones de personas tratados de manera tal que constituyen una de las poblaciones más pobres y marginadas de ese país emporio.
Cuando los espacios faltan, generalmente es porque no se buscan, y cuando existen y se utilizan para hacer el bien, el esfuerzo siempre vale la pena.
Cuando su nombre repica en cualquier espacio, las ortigas se aplacan, los inciensos ascienden y los versos espontáneos burbujean con magia no fortuita.
Con una fiesta a todo trapo se celebró, en la llamada Torre de la Libertad, de Miami, la firma por el gobernador de la Florida, Rick Scott, de una ley que prohíbe a los gobiernos locales y al estatal hacer negocios con empresas internacionales que inviertan o que estén haciendo negocios en Cuba. Allí se presentó la flor y nata de la ultraderecha anticubana de esa ciudad para agradecer al gobernador su «valentía y dignidad» por la firmeza de rubricar dicha ley.
El «doble» ha sido para Cuba mucho más que esas famosas líneas etílicas que pueblan bares y cantinas. Algunos tragos —no siempre tan bendecidos— debimos tomar en otros ámbitos menos alcohólicos, aunque con consecuencias no menos embriagadoras y riesgosas.
La frase «mi real gana» recurre en nuestra conducta, como si un motor llamado indisciplina o irrespeto nos azuzara hasta hacernos apelar a lo imposible o lo improcedente. ¿Tendrá relación con nuestro paso jadeante, nuestra habla precipitada, o en cambio con nuestra tendencia a la impuntualidad? Porque la impuntualidad, en el espacio individual, pide a menudo comprensión, pero cuando el impuntual es otro u otra, nos ponemos a pasear de izquierda a derecha en la esquina de nuestra espera, y a farfullar no sabemos cuántos reproches.
Lleva apodo de minucia, vaya paradoja, un hombre tan grande que ni se lo cree. Solo por La Colmenita, esa factoría de sueños, Tin Cremata merece hace rato —¡qué Nobel ni ocho cuartos!— algo así como el Premio Universal a la Fraternidad Humana, o la Orden Cósmica de la Niñez Eterna.
Se puede decir, sin temor a equívocos, que el fundador y Comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Tomás Borge, fue un nicaragüense que amó mucho a Cuba, por el respeto y cariño que profesó a la patria de José Martí y al líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro.