El «doble» ha sido para Cuba mucho más que esas famosas líneas etílicas que pueblan bares y cantinas. Algunos tragos —no siempre tan bendecidos— debimos tomar en otros ámbitos menos alcohólicos, aunque con consecuencias no menos embriagadoras y riesgosas.
Esas degluciones fueron el resultado de la complejísima «destilería» en la que han debido irse purificando la economía, la política y la sociedad cubana, que busca levantarse a contracorriente de quienes pensaban que el socialismo criollo también se desmerengaba.
Insoslayables decisiones tácticas nos condujeron no pocas veces a complejos dilemas estratégicos. Para entender la magnitud del fenómeno mencionemos algunos de esos «dobles» andamiajes, mundos paralelos, algo así como personajes principales y secundarios, algunos de los cuales siguen existiendo hoy como remedio circunstancial de nuestra economía, sometida —para mayor singularidad— a un doble acoso: sus problemas estructurales y de eficiencia interna y el bloqueo norteamericano.
La más distinguida de los últimos tiempos, y tal vez la menos agraciada socialmente, es la doble moneda que, para colmo, según los entendidos ha llegado a ser triple, o hasta cuádruple…, debido a las derivaciones o los engorrosos trámites a los que se somete al empresariado para adquirir numerosos productos en el mercado.
La doble moneda, que entre otros propósitos contribuyó a la recaudación de divisas tras el golpe que significó la caída del socialismo, condujo por su parte a la aparición de dos redes paralelas, aunque notablemente dispares, de comercialización y servicios.
En el ámbito productivo también surgieron decisiones que privilegiaban a unos en detrimento de otros, en el afán de situar los escasos recursos en aquellos espacios donde pudieran ofrecer mejores resultados. Ello ocurrió, por ejemplo, en el sector campesino, cuyos mayores productores recibían recursos preferenciales por encima de sus colegas. Aunque a decir verdad, no siempre fueron los labriegos independientes o cooperativizados los más beneficiados, pese a que ofrecían signos de mayor eficiencia.
Me acude al recuerdo una famosa reunión en la que un alto funcionario de la Agricultura criticaba a los productores agrícolas estatales, a los cuales se les priorizaba con maquinarias y recursos de diversos tipos, mientras sus rendimientos y entregas para el consumo nacional y las exportaciones resultaban inferiores.
En el renglón agrario llegamos a crear dos tipos de cooperativas: las de producción agropecuaria, integradas por la libre voluntad de los campesinos independientes, y las unidades básicas de producción cooperativa (UBPC), formadas a partir de los miembros y las tierras de las granjas estatales. Ambas con grados de independencia y tutelajes distintos.
En una escala más abarcadora tenemos la existencia de dos modelos de producción para la economía, uno destinado al consumo en el país en moneda nacional y otro para las redes recaudadoras de divisas y las exportaciones.
En la esfera de la economía, por último, no debe obviarse la ya superada limitación de la entrada de nacionales a las instalaciones turísticas.
Agréguele a todo lo anterior la llamada doble moral, nacida de la distorsión del sentido de la unidad, la cohesión y la fidelidad, delicado problema político-ideológico arraigado en la subjetividad.
Todo lo anterior nos alerta que no debemos olvidar que la sociedad, la política y la economía discurren como cadenas de derivaciones, secuencias continuas de causas y efectos, que florecen o dinamitan por alguna parte, pero cuyos enlaces siempre provienen del pasado, ese espacio que aguijonea o pesa, depende de cómo lo hayamos construido.
Por ello, la actualización en marcha tiene entre sus propósitos evidentes encontrar un cauce más natural y perdurable para nuestra economía, que desmonte de manera paulatina esas medidas, justificadas para su momento y que contribuyeron a salvar la Revolución, pero que fueron creándole complejos entramados de distorsiones y complicaciones a su desarrollo.
Convergen en ese fin la creación de un mercado de insumos para todos los productores agrícolas, la decisión del Consejo de Ministros de eliminar las ataduras y tutelajes que entorpecen el funcionamiento de las UBPC y crear las condiciones para que todas las formas agrícolas tengan las mismas posibilidades para producir; el propósito manifiesto en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución de acabar con la doble moneda cuando las condiciones lo permitan, y la anunciada modernización de la política migratoria, entre otras decisiones.
Ellas van desdibujando esa línea doble, ese trago extraño que marea la certeza de nuestros pasos.