Con una fiesta a todo trapo se celebró, en la llamada Torre de la Libertad, de Miami, la firma por el gobernador de la Florida, Rick Scott, de una ley que prohíbe a los gobiernos locales y al estatal hacer negocios con empresas internacionales que inviertan o que estén haciendo negocios en Cuba. Allí se presentó la flor y nata de la ultraderecha anticubana de esa ciudad para agradecer al gobernador su «valentía y dignidad» por la firmeza de rubricar dicha ley.
Aquello, más que el festejo por una nueva ordenanza, parecía una reunión de cirqueros que se habían congregado para hacerle las conocidas payasadas al nuevo conquistador. Apretones de manos, abrazos efusivos, carcajadas de oreja a oreja y una que otra cara de carnero degollado a quien le salían unas lágrimas por la emoción de la pronta «liberación de Cuba», se vieron en las pantallas de los televisores. No faltaron los interminables aplausos para el nuevo héroe. El Gobernador se había vuelto a consagrar como un paladín de la democracia representativa para Cuba. Las caras de las conocidas voces de la caverna miamense se mostraban sonrientes ante las cámaras de televisión que habían llegado para cubrir tan magno evento.
¡Ahora sí que aquello se acabó!, se decían unos a otros; y así, entre vítores y saltos de alegría, el Gobernador firmó la famosa ley que, según los asistentes, le daría un golpe mortal a la Revolución Cubana.
Toda esa fanfarria se efectuó al mediodía del 1ro. de mayo, solo horas después de que, en Cuba, millones de ciudadanos llenaran las calles de pueblos y ciudades para rendir homenaje a la clase obrera en su día, y para reiterar el profundo apoyo popular a su Gobierno y a su Revolución.
Es un tanto alucinante ver en la pantalla del televisor a esa marea humana recorriendo las calles cubanas, exclamando consignas patrióticas y apoyando a su Gobierno para, tres o cuatro horas más tarde, ver en la misma pantalla a un conciliábulo de cavernícolas, reunidos en un edificio de Miami, pidiendo el derrocamiento del Gobierno revolucionario. Un pueblo alegre, divirtiéndose en las calles allá en la Isla, y un grupo de antipueblo, rumiando odio y malicia, en un salón cerrado del centro de la urbe floridana.
El Gobernador firmó la ley en esta ciudad y partió, con la grandeza de un héroe sobre sus hombros, raudo y veloz para Tallahassee, la capital del estado. Me parece que ni tiempo tuvo de sentarse en su oficina, cuando hizo una declaración escrita en la que indicaba que la ley no se podría poner en efecto a no ser que el Congreso de Estados Unidos y el Presidente aprobaran su contenido, el cual contraviene leyes federales. También le escribió una carta al presidente Barack Obama para rogarle que este hiciera una excepción con La Florida que le permitiera al estado hacerse cargo de sus relaciones internacionales, pasando por encima del Departamento de Estado y de cuantas agencias federales existan para hacer política internacional.
¿Qué les parece? El hombre vino a Miami en un gesto politiquero y de publicidad, a firmar una ley que sabía que no podía poner en vigencia. Esto es el colmo de los colmos. Hacer una ley para complacer a una jauría sedienta de sangre que lo presionaba con llamadas por teléfono, escándalos radiales y amenazas electorales. Por supuesto que esos mismos que estaban alabando al Gobernador, al enterarse de la declaración y de la carta que este le envió al presidente Obama, inmediatamente se fueron a los programas de radio a amenazarlo de que, si no ponía en vigor la ley que había firmado esa misma tarde, lo llevarían a los tribunales. Así que, también en pocas horas, el primer mandatario del estado pasó de héroe a traidor.
La verdad es que el Gobernador de La Florida le tomó el pelo a la caverna miamense. Los dejó plantados, revolviéndose en sus odios. Queriendo volver a hacerle daño a su país de origen, se han quedado como el famoso Gallo de Morón, sin plumas y cacareando.
*Periodista cubano radicado en Miami