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Bonne

Enrique Alberto Bonne Castillo: afloró su niñez en su natal San Luis, escuchando a Beethoven y a Chopin, pues su madre era graduada del Conservatorio Orbón

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

El destino premió con una larga vida al compositor Enrique Alberto Bonne Castillo. Me premió con el privilegio de conocerle, de vivir en la misma ciudad. Cuando la Fundación Caguayo impulsó un enjundioso proyecto sobre las artes y las letras en Santiago de Cuba, solicitaron mi colaboración para abordar la huella de personalidades imprescindibles de la esfera musical.

Una entrevista no es un pabilo, es una llamarada. Los actores del diálogo tienen que respirar el mismo aire. Por eso, me fui a casa de Bonne durante varias jornadas, a escucharle, como era menester para tanta memoria.

Afloró su niñez en su natal San Luis, escuchando a Beethoven y a Chopin, pues su madre era graduada del Conservatorio Orbón y representante de este en la región. Me contó de su estancia en San Antonio del Piloto, Mayarí, donde vio pilar café al estilo tradicional, madero contra madero, lo que sería inspiración para el nacimiento del pilón. El nuevo ritmo debutó públicamente en el carnaval de 1963, en la carroza de la Industria Ligera, con Pacho Alonso cantando.

Si hay Bonne, hay Pacho. Se conocieron en la antigua sociedad Luz de Oriente y en el Balneario de La Estrella, pues sus familias eran amigas. Comenzaron a trabajar juntos desde la década del 50 del pasado siglo y establecieron un lazo irrompible que sentó cátedra en la música cubana. Uno sintetizó la sensibilidad y la idiosincrasia cubanas, y el otro, con su carisma desbordante, relanzó los temas.

«Lo distinguía por encima de todos los jóvenes de la época por su manera de expresarse, y luego, se sabía unos versos... que me estremecían». Así me lo contó la maestra Juana Elba, su esposa, a la que el compositor dedicó muchos temas, incluido Usted volverá a pasar, que el hijo de ambos, Ángel Bonne, convirtió en éxito:

«Suenan las campanas de la iglesia,/ Y así sé que ya es la hora/ En que Usted suele pasar./ Entonces me asomo a la ventana,/ Para ver que Usted transita en su majestuoso andar./ Suenan las campanas y en la gente/ Todos vuelven la cabeza para poder apreciar/ Que llena la calle su presencia/ De mujer extraordinaria, hecha toda para amar».

Bonne legó una montaña de música que intérpretes cubanos e internacionales hicieron suya, mas no es posible hablar de Enrique Bonne si no mencionamos el carnaval santiaguero, Patrimonio Cultural de la Nación. Durante casi tres décadas estuvo al frente de sus paseos y comparsas, moviendo su abanico, como si apartara con su energía cualquier obstáculo. «Eso que se levanta, que viene, que sacude la tierra… eso es el carnaval». Fue la definición perfecta que hizo al programa Sones y pasiones (TeleSur) que encabezaba una comunicadora de excelencia como la venezolana Lil Rodríguez.

En 2017, la casa disquera BisMusic me confió la redacción de las notas discográficas que acompañarían al fonograma Los tambores de Enrique Bonne. Incluía piezas de antología de una agrupación creada en 1961, renovada por supuesto; pero que había sido la más numerosa de la música popular cubana. ¡Era un lujo indecible!, mas llevar a la letra lo que propone la solfa, resultaba un encargo exigente. El disco fue para mí un descubrimiento, una vuelta. 

Entendí, por pura coherencia, por elemental respeto, que el primero que debía leer esos apuntes era Bonne. Recé al tocar su puerta. Tomó el papel, leyó de un tirón y me dijo: «Lo escuchaste bien». Con absoluta cortesía, como el caballero que era, me sugirió un detalle. Al estrechar su mano, al despedirme, sabía que había tenido frente a mí a un patriarca, a una leyenda.

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