A 117 años de su caída en combate en Dos Ríos, la figura de José Martí y sus ideas han adquirido una vigencia sorprendente. Nos enorgullecemos, como cubanos, cuando los presidentes Hugo Chávez y Rafael Correa y otras figuras de la política y la cultura se refieren a su pensamiento como referente imprescindible para analizar los problemas que deben encarar los pueblos latinoamericanos y caribeños en estos albores del siglo XXI. Tenemos una enorme responsabilidad en hacer que se conozca más y mejor el legado martiano.
Ocurre como en las profecías. Ahora que el país calcula cada paso y lleva como con guantes de seda las riendas de lo cotidiano, resulta que ya tú habías alertado: «Un error en Cuba es un error en América y en la humanidad moderna».
No hay teoría viable si no se enriquece con la praxis. Eso es lo que parecen estar entendiendo los gurúes de los ajustes que soliviantan al Viejo Continente, cuando ya es visible el zimbombazo que puede desatarse sobre la Eurozona con la repetición de las elecciones en Grecia, mientras el recién posesionado nuevo presidente francés, Francois Hollande, planta bandera ante la alemana Angela Merkel para cuestionar la férrea política de imposiciones que hunde el PIB regional, en vez de dejarlo crecer. Debajo, corre como un manantial lo más preocupante para quienes imponen el orden: se está delineando un mapa político que podría desordenarles el status quo.
Hay historias inauditas. Tanto, que después de una aparatosa caída en el asiento con las manos en la cabeza, podríamos preguntarnos: ¿Cómo pudo suceder?
Para apreciar las razones de la singularidad de nuestro país, hay que remontarse a los tiempos forjadores de la cultura cubana, desde fines del siglo XVIII y principios del XIX. Se trata de dos siglos de historia que es indispensable estudiar.
Aunque lo descubrí hace tiempo, todavía no deja de asombrarme: mi madre miente. Es una mentirosa profesional, que ni tan siquiera se ruboriza de sus embustes.
No podré leer tu último verso. Este domingo no podré.
«Las madres envejecen de querernos,/ de intuir el peligro en las esquinas,/ de
Al ser entrevistado, el prestigioso actor cubano Luis Alberto García compartió una confesión bellísima mientras hablaba de su padre (también actor) y de su familia: un buen día, con el paso de la vida, habiendo visto cuántos autógrafos los admiradores pedían a su progenitor, se dio cuenta de que a quien él debía pedirle uno por el arte con que había sabido timonear una larga prole en la retaguardia, era a «la vieja».
Ninguna otra amenaza podía evidenciar mejor la naturaleza de quienes la profieren. Si la muerte pende hoy sobre la defensora de la paz y de la vida Piedad Córdoba, se sabe que detrás están las manos oscuras de los sectores más retrógrados y reaccionarios de su nación junto a las de las fuerzas paramilitares, prohijadas en otros tiempos por quienes las usaron como punta de lanza contra la insurgencia, y extendidas por eso contra todo lo que se estimó (¿o se estima?) su base social.