No podré leer tu último verso. Este domingo no podré.
—Soy apenas una maestra, me advertías…
¿Nunca te dije que eran las décimas más hermosas del mundo?
Qué paciencia. Qué carrera cuando el niño se tragó el prendedor. Qué manos para hacer un manjar con arroz y cariño. Qué magia para convertir cuatro paredes rústicas y un techo. Qué mirada para absolverlo todo.
Un día me hablaste de Martí. Y me contaste del camino de las carretas, de la muchacha de la ciudad, de la cartilla y el manual. Guardo tu voz donde nadie puede borrarla.
Un día te vi, la tiza como un cetro en las manos. Te vi saltar, cuando entró Ana Fidelia a la línea de meta. Tú sabías de bisturí, de algodones.
Un día de sonrisa de abuela, me contaste de mi padre, el campesino del caballo blanco. Me hablaste del amor como un milagro. Me hablaste de Cuba como el agua.
No podré leer tu último verso en el papel. Este domingo no podré. Voy a recortar tu día terrible. Voy a besar el aire, mamá.