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Mi prioridad es el teatro

El «mago» Zenén Calero, diseñador escénico del Teatro de las Estaciones, ha puesto alma, corazón y vida en el empeño por hacer un teatro con valores para todos los públicos

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Cuando era un niño, pasaba horas debajo de la cama. Con los cartones de las cajas de sus juguetes, plastilina y otros elementos disfrutaba el proceso de crear escenografías para una imaginaria obra de teatro. Tenía pocos amigos; no sintió que fuera comprendido del todo ese afán por pintar con las manos un mundo bello. Hoy vive de lo que le robó el sueño en su infancia, gana aplausos del público y premios instituidos.

El diseñador escénico Zenén Calero, premio nacional de Teatro 2020 y acreedor de la condición de Maestro de Juventudes 2023, es uno de los pilares sobre los que se erige Teatro de las Estaciones. Junto al actor, titiritero, director y profesor Rubén Darío Salazar ha puesto alma, corazón y vida en el empeño por hacer un teatro con valores para todos los públicos.

—¿Cómo aquel niño llegó a trabajar en el teatro?

—De la manera más inverosímil posible. Estudié plástica en la escuela de arte de Matanzas y yo pensaba hacer la carrera de pintor o escultor, aunque viví en Boca de Camarioca sin vínculo alguno con el arte. Un día, casualmente, me encontré con el director del grupo de teatro provincial de Matanzas, quien me dijo que no tenía en ese momento la plaza de diseñador pero que me llamaría al tenerla. Un telegrama tiempo después lo confirmaba.

«Sara Miyares, mi primera directora de teatro, me enseñó mucho de lo que sé. Me introdujo en el mundo de la animación y realmente estaba muy influenciado por el teatro lírico, por lo que usé sus códigos en los telones, la escenografía y en la atmósfera general. Empecé con actores en vivo y con máscaras, hasta que en 1981 entró René Fernández, director actual de Teatro Papalote, y me acercó al mundo de la marioneta. Hicimos muchos espectáculos y empezamos a crear público para ello».

—He sido testigo de tu pasión creativa en el taller. ¿Ahí encuentras tu plena realización?

—Me gusta trabajar en el taller. Lo disfruto mucho, pero es desbordante mi felicidad cuando la obra termina y me percato de que el público la comprendió, la amó, apreció la simbología que usamos, la aplaudió y la pide en reposición.

«En cuanto al proceso en el taller, a mí me gusta hacer el espectáculo, diseñarlo, modelar las piezas y supervisarlo todo. Trabajar desde la base el proceso de tela, de papel maché, de lo que sea que empleemos, que es la etapa intermedia, y al final retomar la pieza. No me separo del proyecto en ningún momento.

«Es muy importante para mí trabajar con las costureras, combinar las ideas cuando la pieza te pide cosas cual escultura que va naciendo. Todo ese proceso es vital, lo disfruto mucho.

«Me despierto a medianoche pensando en la solución para la mecánica, para el movimiento de los ojos… No descanso hasta no concretar cada idea, cada ilusión. A veces pienso que todos tienen esa prioridad, como yo, pero no es así. En estos tiempos es más importante tener carro o casa, comprar ropa y zapatos, inundarse de cosas materiales… Me decepciono un poco. Es que mi prioridad es el teatro.

«Yo siempre me pongo en función de una puesta en escena, no soy un artista independiente, sino de un trabajo en equipo en función de una idea. El teatro es arte colectivo, depende de un equipo de personas. Me es grato hacer las luces y sentir que esa armonía está en un mismo punto, para que todo salga bien, y al final, el proceso se completa con el público, porque sin él no se logra el espectáculo».

—De tus creaciones, ¿algún títere favorito?

—He hecho muchos títeres y de muchas maneras. No me gusta repetirme. Voy a los extremos. Puedo haber trabajado con semillas, fibras, raíces y de ahí me voy un día a las lentejuelas, a la piedra, a la licra. Transito después a los materiales de desechos, hago cosas con transparencia, en fin. Me gusta también trabajar con imágenes o con plástica de otros autores.

«La caja de los juguetes es un espectáculo impresionista con música de Claude Debussy y yo acudí al impresionismo francés, desde el uso del color hasta el uso de la luz. Pedro y el lobo tuvo música clásica rusa con la estética de Alfredo Sosabravo, de quien estudiamos mucho su pintura, y a cuya obra le incorporamos personajes que él no tenía.

«También trabajamos con la obra magnífica de Ares, a partir del libro Los payasos, de Dora Alonso, en el espectáculo Flores de carolina y ajonjolí. Hice vestuarios, escenografías y todos los elementos de la obra a partir de las ilustraciones de Ares, y luego conformamos una exposición con los originales y las fotos de la puesta.

«Quizás el cariño no lo tenga el títere, sino el símbolo. Recuerdo el espectáculo La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, de Federico García Lorca, dedicado a su hermana. Lo hicimos a partir de los dibujos de Lorca para cada personaje. Ese títere tiene un gran significado. Alguien lo robó, y el otro que hice nunca fue igual. Pero ya hice otro Lorca para otro espectáculo, en el que también aparece el poeta. Así, cada espectáculo tiene muchas historias y crece la memoria interna.

«Con los títeres vuela la imaginación y, además, los amas profundamente porque pasas mucho tiempo con ellos. Cuando trabajas con actores humanos partes de esa estructura, pero con los títeres es distinto. El diseñador de la escena es como un dios porque crea un universo creíble con códigos que provienen de la realidad, pero, al final, con la plena libertad para crear. En definitiva, el teatro es como un engaño, aunque tiene que ser creíble».

—¿Cuál es tu gran objetivo como creador?

—Cada obra parte de un texto que tiene movimiento. Cada acercamiento a la temática que se desarrollará lleva una carga grande de imágenes y así empiezo a ver, a imaginar… Hacer algo atractivo y novedoso, pero sin alejarnos de la historia conocida, es un reto.

«Siento que soy un educador. Trabajo para ofrecer algo bello, distinto, enriquecedor. El buen gusto se construye y hay que hacerlo con el nivel de información y de acercamiento que le permitirá al público valorar la calidad que se le ofrece para crear un mundo mejor.

«Sucedió con Todo está cantando en la vida. Teresita Fernández tiene mucho que ver porque está muy cercana a lo bello de lo insignificante. El artista de la plástica aprende a ver, no a mirar. En la escuela te enseñan que, si una luz cálida ilumina una figura, la sombra es fría. Teresita decía que en lo feo había belleza y comprendimos la raíz de su creación. Por eso quise hacer su obra con aquello que muchos desechan, para mostrar la belleza que tienen en una nueva función.

«La gente piensa que no puede hacer algo porque no tiene recursos. Eso no es lo más difícil, sino no tener creatividad. Un lápiz y una cartulina pueden ser suficientes para concebir una gran pintura. La motivación y la idea creativa es lo que no puede faltar».

—Los momentos difíciles también tejen la vida…

—A veces son muchos, pero nunca he desistido. Un golpe fuerte para mí fue perder a mi madre y, antes de su muerte, verla padecer Alzheimer. Ella educó mi gusto, aunque no poseía conocimientos teóricos. Todo el vestuario de la puesta Los zapaticos de rosa tuvo la asesoría de María Elena Molinet y ella cosió todo para las muñecas que utilizamos. Sufrí mucho su pérdida, pero no dejé de trabajar. El arte me salvó.

«Cuando se vive del teatro y para el teatro, solo hablamos de teatro en cualquier lugar donde estemos. Es nuestra vida. Y puede que los momentos difíciles nos agoten un poco, pero no apagan nuestra luz creativa y por eso seguimos hacia adelante».

—Decir Zenén Calero y Teatro de las Estaciones es también decir Rubén Darío Salazar…

—Por supuesto. Además, tenemos una sincronía inigualable. Él busca que yo me entusiasme siempre. Cuando pensamos un espectáculo, nos acercamos al mundo de la historia y no es posible que no termine enamorándome de todo, desde el texto hasta el resultado final. Es uno de los culpables de que mi pasión por el teatro prevalezca.

—Si volvieras a nacer, ¿crees que vivirías para el teatro?

—Sin duda. He sido una persona totalmente realizada. Lo que hago ahora lo hacía cuando era un niño. Mi vocación ha sido esa siempre. Que lo haga, que viva de eso, que me haya ganado el reconocimiento del público, que me otorguen premios importantes en el ámbito cultural de mi país, que yo sienta que cumplo con mi propio compromiso de aportarle espiritualidad y belleza a este mundo, es el placer más grande de mi vida.

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