Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Dos siglos de historia cubana

Autor:

Armando Hart Dávalos

Para apreciar las razones de la singularidad de nuestro país, hay que remontarse a los tiempos forjadores de la cultura cubana, desde fines del siglo XVIII y principios del XIX. Se trata de dos siglos de historia que es indispensable estudiar.

En primer lugar, hay que estudiar el hecho de que desde los tiempos forjadores de la nación no existió antagonismo entre la necesidad de un pensamiento científico y la creencia en Dios. Desde finales del siglo XVIII y los comienzos del XIX, los grupos intelectuales del país recibieron la cultura política, social y filosófica más elevada del mundo occidental de su época, y aunque objetivamente eran muy reducidos en número, lograron introducirlas en el sello forjador de la nación por el dominio decisivo que ejercían en el embrionario sistema educacional cubano y en la formación de la opinión pública de entonces.

Desde el padre José Agustín Caballero, Félix Varela y sus continuadores, José de la Luz y Caballero, Rafael María de Mendive y José Martí, la ética cristiana, junto a las

concepciones científicas y políticas más avanzadas, formaron parte del pensamiento pedagógico y filosófico cubano. Este es un hecho singular que permite promover, por creyentes y no creyentes, lo más radical y consecuente de las ideas cubanas.

Otro aspecto que debemos resaltar y estudiar son las enseñanzas de Martí y de Fidel, especialmente en el campo de la política. Esto nos plantea el reto de presentar, con el rigor necesario, el aporte esencial del pensamiento cubano a la cultura política y filosófica universal y que hemos denominado La cultura de hacer política.

La política concebida como un arte y regida por principios éticos es el aporte más original de Martí a la historia de las ideas, y se resume en el principio de superar radicalmente el «divide y vencerás» de la tradición conservadora y reaccionaria, y establecer el postulado de unir para vencer. La historia de nuestro país permite comprobar que esta concepción acerca de cómo hacer política está en el nervio central de la evolución cubana durante dos siglos.

Unir para vencer es la clave de la política martiana que la generación del Centenario, bajo la dirección de Fidel, exaltó al plano más alto durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Esto último se deriva de que siempre los más destacados pensadores y dirigentes revolucionarios cubanos fueron radicales y a la vez armoniosos. Radicalidad en los principios y armonía para unir el mayor número de voluntades a favor de los objetivos que se persiguen.

Fue el Apóstol quien forjó la primera concepción lúcida sobre lo que debía ser un partido dirigiendo una Revolución. Fruto de esa cultura fue la fundación, hace 120 años, del Partido Revolucionario Cubano por Martí. Todavía asombra su nacimiento como crisol de la unidad e instrumento para dirigir la lucha por la independencia. En ese tiempo histórico no hubo en el mundo una organización con sus características.

Otro aspecto relevante de esa singularidad apuntada es el pensamiento jurídico cubano presente en todas las coyunturas y que se necesitó para el nacimiento, crecimiento y desarrollo de Cuba. La tradición jurídica cubana, y determinados principios filosóficos del Derecho, han estado orientados hacia la defensa de los pobres, de los desamparados. Desde los decretos de abolición de la esclavitud hasta la etapa que se inició con la batalla a favor de nuestros Cinco Héroes, nuestra mejor historia del Derecho y la Filosofía del Derecho se orienta hacia la defensa de los intereses populares.

Es por ello que considero necesario llevar a cabo un estudio sistemático de estos fundamentos históricos de nuestra tradición intelectual y política, y hacerlo siguiendo aquel principio enunciado por Luz y Caballero: Todas las escuelas y ninguna escuela, he ahí la escuela. Sin ismos excluyentes y a favor de la más sólida unidad interna, de la integración latinoamericana y caribeña y como una contribución a salvar a la humanidad de un colapso que pudiera resultar definitivo para la propia existencia de la vida sobre la Tierra.

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