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Biden garantiza belicismo genocida israelí

Desde su presidencia demócrata, Biden asume en sus días finales como inquilino de la Casa Blanca el lamentable papel de protector y garante del régimen genocida de Netanyahu, la peor y más pesada herencia que pudiera dejar a su pretendida sucesora, si llega a ser electa

Autor:

Leonel Nodal

A pocas horas de una elección presidencial que de cualquier modo marca su ocaso político, el presidente Joseph Biden acaba de asegurar un blindaje total al régimen del apartheid colonial israelí, ante un eventual choque con Irán, y prosiga su campaña genocida en Gaza y Líbano.

Un anuncio del Pentágono confirmó la llegada a bases en Oriente Medio, durante el fin de semana, de escuadrones de combate y aviones cisterna, y varios bombarderos de ataque de largo alcance B-52 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos «para defender a Israel».

El secretario de Defensa, Lloyd Austin, también ordenó el «despliegue de destructores de defensa de misiles balísticos adicionales» que suman su potencial al despliegue en Israel de unos 100 soldados norteamericanos, a cargo de un sistema de defensa antimisiles THAAD, lo más avanzado del arsenal de Washington.

El Pentágono dijo que el propósito de la expansión es la «protección de los ciudadanos y las fuerzas estadounidenses en Oriente Medio, la defensa de Israel y la desescalada».  En realidad se trata de un pretexto, basado en un supuesto informe del espionaje israelí, que acusó a Irán de planear un ataque desde territorio iraquí, posiblemente antes de las elecciones de este martes en Estados Unidos.

El novelesco relato y el incremento del potencial bélico es de hecho un reconocimiento por parte de la Casa Blanca de que el ejército israelí es una fuerza subordinada a sus planes y objetivos en la región y que a esta altura da señales de desgaste en su confrontación con los movimientos de Resistencia palestina Hamás y la libanesa Hezbolá.

El primer ministro Benjamín Netanyahu ha llevado la guerra genocida de exterminio y limpieza étnica a niveles inimaginables. Más de 43 000 muertos, más de cien mil heridos, miles de desaparecidos, a los que se suman dos millones 300 000 hombres, mujeres y menores residentes en Gaza que lo han perdido todo: sus viviendas, negocios, granjas o cultivos, hospitales, escuelas, mezquitas e iglesias, toda su infraestructura de vida, pero a pesar del hambre, los continuos desalojos de un lado a otro, los abusos de todo tipo, no dan señales de rendición. Siguen apegados a su tierra.

Y la extensión de la guerra a Líbano, la brutal ofensiva aérea, el destrozo de barrios enteros en Beirut y otras ciudades del sur o del interior del país, el desplazamiento de cerca de dos millones de habitantes, el asesinato de casi 3 000 libaneses, en su mayoría civiles, entre ellos alto por ciento de mujeres y niños, se convierte en una pesada factura, que Washington está tratando de capitalizar a favor de Israel, imponiendo un acuerdo que implique cesión de soberanía en una franja del sur, hasta las márgenes del río Litani —vieja aspiración— pero ni el débil gobierno del primer ministro encargado, Najib Mikati, podría aceptar, porque sería poner en riesgo la soberanía y el delicado equilibrio comunitario y confesional a duras penas conservado en medio de una dura situación económica y financiera.   

Netanyahu y su gobierno de extrema derecha, se sostiene en el poder gracias a la mayoría parlamentaria que le concede el apoyo de los partidos ultraortodoxos, empeñados en el desalojo de los palestinos de Cisjordania —a la que llaman Judea y Samaria— para extender la colonización sionista a expensas de otra limpieza étnica. Sin embargo, la rebelión de los «luchadores por la libertad» palestinos, como justamente los ha denominado el editor del respetado diario judío Haaretz, en una conferencia en Londres, prueban que el Estado hebreo nunca llegará a ser un sitio ideal para residir y trabajar en paz.

Israel ha conseguido convertirse, al amparo del gobierno estadounidense de Biden en un estado paria en la Comunidad Internacional, donde apenas una parte del grupo de naciones del llamado «Occidente Colectivo», atados a Washington por relaciones de dependencia militar, comercial, financiera y también ideológicas -como prueba el ascenso de los partidos de extrema derecha y el fascismo-  una corriente que también se extiende peligrosamente en Estados Unidos. Basta señalar la concurrencia en esta jornada electoral del candidato republicano Donald Trump, quien despierta  profunda preocupación por su  proclamada simpatía por esa tendencia ideológica.

Desde su presidencia demócrata, Biden asume en sus días finales como inquilino de la Casa Blanca el lamentable papel de protector y garante del régimen genocida de Netanyahu, la peor y más pesada herencia que pudiera dejar a su pretendida sucesora, si llega a ser electa.

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