Después de un camino largo, ya el punto cubano es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, declarado por la Unesco. Contentos están los poetas, los tonadistas, los intérpretes guajiros, los músicos acompañantes, los investigadores, y no solo los cubanos que viven en el campo, sino todos los que sienten suya esta tradición que atesora las raíces de su idiosincrasia y nacionalidad.
Se dice que la era dorada de los gul fue entre los siglos XVIII y XIX. El citado término proviene del árabe y significa demonio, profanador de tumbas o devorador de cadáveres.
El jovencito pasó en bicicleta frente al punto de venta de refrescos, con el mundo olvidado. Con una mano sostenía el manubrio del timón y con la otra chasqueaba los dedos, marcando el compás de la música que emitían unos audífonos inmensos. En aquel momento nadie pudo saber quién era el cantante y cuál era la letra; aunque sí se tuvo la certeza de que la música andaba a todo reventar dentro de sus oídos y que el ritmo debía ser bastante movido por los gestos de la mano y el estribillo repetido por el muchacho: un «puchi-puchi-pon», que parecía no tener final.
Contaba hace poco Marta Rojas en Granma acerca de un mensaje enviado por Fidel a Haydée Santamaría desde la prisión de Isla de Pinos. Se refería entonces el Comandante a sus lecturas en esos días de aprendizaje y de preparación de futuro. Con la madurez adquirida, había vuelto a Cecilia Valdés. Descubría en el clásico de Cirilo Villaverde una penetrante mirada hacia los contextos sociales y económicos de la Cuba colonial y, sobre todo, se le revelaban las mentalidades dominantes en los tiempos que precedieron al estallido de la Guerra de los Diez Años. La sagacidad del análisis literario se aplica al mundo que nos rodea, vale decir, a lo que acostumbramos a llamar realidad.
La evidencia de una ciudadanía cubana consciente en las urnas, en una muestra suprema de voluntad, soberanía y reafirmación patrias, parece obnubilar el pensamiento a los finos catadores de la democracia. En nombre de ellos, pocas horas después de conocerse los resultados de la primera vuelta de los comicios generales, salió a escena la vocera del Departamento de Estado de Estados Unidos, Heather Nauert.
Diciembre trae un regusto de niñez; el recuerdo tibio de las madrugadas frías cuando nos tapábamos, tanto con la colcha como con la seguridad de papá y mamá. En esa etapa diciembre no nos inquietaba como el último tramo de un año. Un año más significaba entonces un acercarse a «ser grande», andar y ver a nuestro antojo. La juventud parecía prometer todo. ¡Y tanto demoraba!
Si un amigo te llama del otro lado de la provincia para decirte que lo llamó otra amiga del otro lado del planeta para contarle que en Facebook ha visto que otro amigo ha escrito que un amigo murió, lo primero que piensas es que Mark Zuckerberg no tiene derecho a inventar boberías en el muro de nadie.
Ignorábamos entonces que Luis Gonzaga Urbina fue el padre de Silvia Pinal, la actriz mexicana cuya contundencia física encabritaba, desde la pantalla de los cines, a nuestra adolescente varonía. En cambio, recitábamos de memoria un poema de Urbina, titulado Metamorfosis: «Era un cautivo beso enamorado/ de una mano de nieve que tenía/ la apariencia de un lirio desmayado/ y el palpitar de un ave en agonía…».
Si el tiempo volviese atrás, y por casualidad anduviera cerca de Armando Hart (Hart para sus más allegados, Hart para quienes lo conocían por las leyendas, Hart después de que la vida le arrancara tanto, Hart luego de todo lo que entregó de sí), quizá una tuviese la oportunidad de preguntarle cómo escribir sobre él, qué privilegiar y qué no, cómo condensar todo lo que creó, cambió o trastocó; cómo ponerle un sello martiano al destino.