La evidencia de una ciudadanía cubana consciente en las urnas, en una muestra suprema de voluntad, soberanía y reafirmación patrias, parece obnubilar el pensamiento a los finos catadores de la democracia. En nombre de ellos, pocas horas después de conocerse los resultados de la primera vuelta de los comicios generales, salió a escena la vocera del Departamento de Estado de Estados Unidos, Heather Nauert.
«Las elecciones que se llevaron a cabo demuestran aún más cómo el régimen cubano mantiene un estado autoritario al intentar vender en todo el mundo el mito de una democracia», expresó la portavoz de la diplomacia a lo Trump. Y sin que nadie le pidiera opinión, de modo injerencista e irrespetuoso hacia nuestro pueblo, habló de «intimidación» y «tecnicismos» en el proceso.
Por un instante creí que Nauert se estaba refiriendo al condado de Miami Dade, donde también hubo elecciones municipales en noviembre y la participación alcanzó la no muy publicada cifra del 15 por ciento. O que andaba perdida en el mapa y se refería a un país donde el abstencionismo por esos días rebasaba la mitad del padrón electoral, mientras en otra nación cercana las protestas populares denunciaban los intentos de un candidato por agenciarse las urnas a través de componendas.
Pero no. El guion de la novela estaba ya escrito solo para nuestra Isla. Tal era la ficción que el diario español El País le daba espacio en sus páginas a un corresponsal que redactaba desde Miami lo que pasaba ese domingo en Cuba, un texto que, por su nivel de manipulación, pudiera ser objeto de estudio en las facultades de Periodismo.
Como todo lo que resulta exitoso para Cuba, las elecciones del pasado 26 de noviembre han sido blanco de los ataques mediáticos de la derecha, que reproducen declaraciones de voceros de turno y sin legitimidad moral para pronunciar la palabra democracia.
Califican los comicios cubanos con términos que contradicen el amplio respaldo popular expresado en cada circunscripción. Se le intenta colgar adjetivos que encajan perfectamente en la maquinaria electoral del sistema capitalista, pero que en la Isla quedaron vacíos de significado desde que los humildes llegaron al poder y echaron abajo las sucias campañas que convertían la política en la ve- dette principal de las parrandas burguesas.
En primera instancia cuestionan la capacidad dinámica y propositiva de los delegados elegidos por el pueblo. El mérito y la capacidad que los vecinos reconocieron con su voto les resultan piezas anacrónicas, con ribetes carnavalescos. Tácitamente asumen que la única forma de gobernar un país es mediante el pluripartidismo; para ellos todo lo que se aleja de esa «avanzada» concepción está más cerca de convertirse en dictadura.
El modelo que venden como paradigma nada tiene que ver con el edificado por el sistema político de la nación caribeña, en el que el Partido no postula ni elige candidatos. La inexistencia de campañas electorales y pugnas por el poder les hace cuestionar a quienes defienden los intereses de la mayoría y deciden los asuntos desde la base en nuestro país, con una alta responsabilidad y sin retribución económica alguna. No podían pensar diferente quienes están acostumbrados a hacer de las elecciones el mayor fraude y del voto popular la vía expedita para llenarse los bolsillos.
A ello se suman los titulares que recalcan y vuelven a remarcar el hecho de que no se llegó a los porcentajes de asistencia de décadas anteriores, en una descontextualización intencional y manipulada. ¿Por qué no dicen en qué países, durante similares elecciones municipales, la participación alcanza la cifra del 89, 02 por ciento? Quedarían en ridículo. Se verían obligados a reconocer la contundente victoria de nuestro pueblo. En el fondo, cuando se trata de este archipiélago, lo que en verdad es noticia se convierte en tabú si contradice la agenda estereotipada de los grandes medios.
Las elecciones para delegados a las asambleas municipales del Poder Popular han dejado el espíritu renovado en cada barrio. Y estoy convencido de que esa fiesta de verdadera democracia no tendrá jamás, como ocurría en los infames shows de la seudorrepública, maquillajes de pasillo y gánsteres con pistolas debajo de la corbata. Seguirá siendo una auténtica plaza de goce soberano, donde el pueblo irá en busca de su mejor vino, sin necesidad de catadores foráneos.