CARACAS, Venezuela.— En un encuentro que recientemente sostuvieron el legendario Diego Armando Maradona y el presidente bolivariano Nicolás Maduro, el primero le comentaba al segundo su admiración porque el mandatario tiene gente en su equipo de Gobierno que «no afloja».
La madre de uno es la madre aunque no domine el inglés, se quede dormida cuidando pruebas, le hable a seres no vivos, intente, de forma reiterada, «asesinar» a media familia. Mamerta, como cariñosamente Tata y yo la llamamos, cada noche nos arropa, besa y apaga la luz.
La incipiente brisa citadina parecía adentrarse de pronto entre los herméticos cristales. Respiré. La fragancia era familiar, quizá a hierba mojada, o a lluvia recién caída, o a rutina. Sí, probablemente a rutina. El sueño, cual guerrero indomable, logró vencerme durante más de dos horas en los incómodos asientos del ómnibus. Abrí los ojos y vi, aun borrosa, una casa de tabaco con techo verde y grandes surcos paralelos.
Solo una vez él ha reparado en mí. Fue el día después de la muerte del Comandante Fidel. Yo iba caminando por la acera del cementerio de Colón, él pasó en un carro tan despacio y junto a la ventanilla, que mi asombro me hizo sonreírle, y él me devolvió una sonrisa a medio hacer.
Hace días que estaba por escribir estas líneas. Tenía que hacerlo, pues, en Sochi, la ciudad-balneario que acogió el 19no. Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, pasaron cosas de cubanos que no se han dicho. En una fiesta de ideas y de alegría como esa llueven las novatadas y más aquellas sazonadas con nuestra picardía.
Fue un accidente impresionante, que tuvo un desenlace fatal para una adolescente, cuyo nombre no hace falta plasmar en estas páginas rebeldes.
No tengo respuesta para esa pregunta, aunque no puedo dejar de plantearme la interrogante. Como ellos, yo también soy portadora de una marca de época que he vivido activa e intensamente. En un ambiente hostil, conocí las difíciles condiciones de un mercado laboral cerrado, viví el batallar que sucedió al golpe perpetrado por Batista, viví la caída de compañeros en la hermosa edad abierta a las ilusiones y al porvenir. Quedaron por siempre en mi memoria las jornadas triunfales de una Revolución que rompió las barreras de lo hasta entonces imaginable. Me entregué de lleno a la tarea de construir lo soñado en el ámbito de la educación y la cultura. No fue un lecho de rosas. Afronté contradicciones, pero en el hacer obra encontraba instantes de plena realización personal. Así fue creciendo una mentalidad hecha en el enfrentamiento a realidades concretas, en la conquista de nuevos saberes, en el crecimiento de un modo de pensar y sentir.
CARACAS, Venezuela.— Hay que ponerse duro en este mundo —sin que por ello se nos ponga el corazón de piedra—, porque «no es fácil», como solemos decir entre cubanos, vivir imperturbables ante el cinismo de los poderosos que, como ya sabemos, tienen el planeta patas arriba.
Hace casi cuatro años que siento un gran afecto por esta Isla, pero nunca había tenido la valentía para escribir sobre ella. En el tiempo que ha pasado, con 20 años y la marca «adulta», he cambiado bastante. Entre todo lo que me ha ocurrido, resulta difícil encontrar lo «más memorable» vivido desde este lado del mundo, por el que no he dejado de andar con la añoranza de mi Vietnam querido.
Y si alguien grita, otro grita más. Si lo empujan, le devuelven el doble. Si se atreven a maldecirlo, se inventa un diccionario para hallar las peores palabras como respuesta. Llega el momento en que se olvida por qué empezó la «guerra»: lo imprescindible es demostrar quién tiene más furia.