Hace casi cuatro años que siento un gran afecto por esta Isla, pero nunca había tenido la valentía para escribir sobre ella. En el tiempo que ha pasado, con 20 años y la marca «adulta», he cambiado bastante. Entre todo lo que me ha ocurrido, resulta difícil encontrar lo «más memorable» vivido desde este lado del mundo, por el que no he dejado de andar con la añoranza de mi Vietnam querido.
He tenido aquí innumerables vivencias: estaba bajo la lluvia por el Malecón cuando me avisaron que se murió mi abuelo; me he sentido mal, muy enferma con 41 de fiebre sin nadie de mi familia a mi lado… Sin embargo, esos tropiezos no han sido los más difíciles, porque la barrera lingüística para mí se convierte en el problema más complicado.
¿Solo con ocho meses de aprendizaje era suficiente para que un estudiante extranjero pueda entender los conocimientos universitarios? Parecía imposible, y más en el caso del español. Además, el lenguaje en la carrera de Periodismo es todavía más complejo.
Nunca olvido los primeros días del curso, cuando me enfrenté a las clases de cinco horas y no podía comprender nada; cada día llegaba a la beca con fuerte dolor de cabeza por tener demasiado estrés, y me esperaban los interminables trabajos y muchas noches sin dormir. También fue la primera vez que suspendí un examen. Estaba perdida.
Cuando aprobé, los compañeros me felicitaron, y no sabían que nunca había tenido un tres en mi vida. Estaba desanimada y con la impotencia de muchas dudas que no podía preguntar. Tenía un gran miedo cuando hablaba delante de los profesores.
Muchas veces quería alejarme de todo, lloraba y no sabía qué estaba haciendo en este país. Llamaba a mi familia y mi papá decía: «Puedes dejar la escuela y venir, siempre estamos en casa esperándote aunque no tengas éxito. Pero recuerda, cuando caes y no puedes levantarte, pasará en cualquier otro lugar». Así me salvaba y empezaba de nuevo.
No obstante, dominar el otro lenguaje es una tarea difícil. Invertía todo el tiempo en leer y escribir; incluso carecía de espacio para dormir y comer. En ocasiones me perdía en la calle por caminar y aprender a la vez. Pero los maestros se mostraban incrédulos porque no hablaba bien español.
Cuando iba a entrevistar o a buscar a las fuentes, no podía preguntar tanto. Me sentía mal cuando la gente hablaba y apenas le entendía. Dudaba de mí misma y consideraba que Periodismo, mi sueño, era imposible. Desde ese momento comprendí que leer y escribir perdían significados si no podía escuchar y hablar.
Comencé a conversar más con los compañeros. Visité las casas de amigas cubanas los fines de semana. Más que aprender español, he conocido tanto las tradiciones cubanas como la simpatía y hospitalidad de la gente, y también me ha llegado la mejor amistad. Día a día, sin percibirlo, me fui enamorando del español.
No solo las palabras son bellas, sino los gestos y la mirada. La práctica del castellano me ha permitido conocer a los cubanos y descubrir mi capacidad implícita. Las dificultades lingüísticas son inevitables para un estudiante extranjero; requieren tiempo, paciencia y dedicación.
Para algunas personas, medio vaso de agua es equivalente a «llenar una mitad»; para otras, es como si «todavía faltara una mitad». Todo depende de la forma de pensar. Yo, en español, me he llenado cada día. Ahora me dicen que estoy cubanizada, y me gusta escucharlo.