Después de un camino largo, ya el punto cubano es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, declarado por la Unesco. Contentos están los poetas, los tonadistas, los intérpretes guajiros, los músicos acompañantes, los investigadores, y no solo los cubanos que viven en el campo, sino todos los que sienten suya esta tradición que atesora las raíces de su idiosincrasia y nacionalidad.
Muchos, desde que nacimos en esta Isla —«ajiaco» de raíces africanas, españolas, caribeñas—, hemos escuchado un laúd sonar y a un repentista hacer décimas en segundos; que es en instantes respetar el octosílabo, la rima consonante, la lógica, la afinación... y otras reglas que debe tener en cuenta para hacer su maravilla. A eso sumémosle que en ocasiones logra estrofas de un altísimo nivel poético, de esas que un escritor pasaría días tratando de concebir.
Improvisar no es tarea fácil, y tampoco estar a veces más de dos horas acompañando a los poetas con una guitarra, un tres o un laúd. Por eso algunos se quitan el sombrero ante este arte, mientras otros, desconocedores, lo rechazan.
Mucho hay que hacer aún por esta tradición centenaria a veces olvidada, mirada lastimosamente, muy poco defendida en los medios o relegada por ciertos criterios elitistas.
No pocos han olvidado que nuestra décima es mambisa, rebelde y revolucionaria; y que, desde sus inicios, la historia de este país se ha contado en diez versos. Las más recientes que vimos en televisión fueron las de los jóvenes repentistas Aramís Padilla y Héctor Gutiérrez en el homenaje a Fidel por el primer aniversario de su desaparición física. Allí, como siempre, emocionaron, el público se puso de pie y fueron aplaudidos con el mismo sentimiento que la música del prestigioso pianista Frank Fernández.
Pero no todo en Cuba marcha bien con este arte mayor. Lo que anima a pensar que perdurará es que en cualquier casa alguien dice una décima, ya sea aprendida o improvisada; o tararea una guajira, y lo mismo colgado en las tablas de la pared o guardado dentro del escaparate, está un laúd.
Aunque en los últimos tiempos se han creado espacios con el fin de promoverla, la tradición, para sobrevivir, no siempre depende de lo que hacen por ella las instituciones; pasa de generación en generación como tesoro valioso.
Ahora, aún a tiempo, bien valdría la pena corregir lo que no marche bien, sobre todo para que vean al punto cubano como lo que es, esencia de lo que somos, un arte que no pertenece a unos cuantos, sino a muchos, sobre todo a aquellos que por amor lo cultivan y lo defienden.
La mayoría de los hijos de esta tierra han disfrutado al menos una vez de una tonada matancera, espirituana, pinareña, la voz de Celina González en una canción, o el reto creativo de una controversia.
Por estos días será este género noticia en todos los medios; ojalá que cuando pase un mes, de nuevo no lo olviden y confinen a un programa dominical en la televisión, algún que otro en las provincias, unos minutos en la radio o una jornada anual en Las Tunas.
Al punto hay que elevarlo a donde merece. Y esto no solo se logra porque la Unesco lo incluya en su lista; tenemos nosotros, para realmente defenderlo, primero inscribirlo en el alma.