Contaba hace poco Marta Rojas en Granma acerca de un mensaje enviado por Fidel a Haydée Santamaría desde la prisión de Isla de Pinos. Se refería entonces el Comandante a sus lecturas en esos días de aprendizaje y de preparación de futuro. Con la madurez adquirida, había vuelto a Cecilia Valdés. Descubría en el clásico de Cirilo Villaverde una penetrante mirada hacia los contextos sociales y económicos de la Cuba colonial y, sobre todo, se le revelaban las mentalidades dominantes en los tiempos que precedieron al estallido de la Guerra de los Diez Años. La sagacidad del análisis literario se aplica al mundo que nos rodea, vale decir, a lo que acostumbramos a llamar realidad.
Así lo hizo siempre Fidel. Entendió de manera ejemplar, válida para nosotros, el papel decisivo de las mentalidades, portadoras de gérmenes de prejuicios lastrantes y aspiraciones a un presente y un porvenir de permanente renovación. Conformadas por la sociedad, actúan también sobre ella. Con el triunfo de la Revolución, Cuba se convirtió en voz respetada más allá de nuestras fronteras. Al aplastamiento derivado de la intervención norteamericana al cabo de largos años de combate por la independencia, siguió el renacer del más legítimo orgullo patrio, revertido de manera concreta en la dignidad acrecentada de cada uno de sus habitantes.
Movediza y susurrante en tanto expresión de la subjetividad, el temple de la mentalidad se reconoce al pegar el oído a la tierra y explorar la realidad mediante el empleo de múltiples vías. Como sucedió en el citado caso de Cecilia Valdés, los artistas más lúcidos descubren algunos aspectos significativos.
En el siglo XIX, Cirilo Villaverde reveló raíces ideológicas en la justificación de la infamia esclavista y mostró en la conducta de Cecilia la reiteración de un modelo impuesto por la sociedad que la marginaba y la condenó a seguir un camino fatalmente prefijado, en contradicción con sus intereses más legítimos. Nunca desdeñable, la mirada del escritor no agota la exploración de las mentalidades en el mundo contemporáneo. La ciencia dispone de métodos que no pueden descartarse. Debemos también al siglo XIX el desarrollo acelerado de la sociología y la sicología. Desde la perspectiva de cada una de ellas pueden conocerse problemas que se reflejan en los ámbitos de la educación, de los conflictos laborales, de la recepción de los mensajes difundidos por los distintos medios.
Para paliar estallidos de violencia y para modelar conciencias, el capitalismo ha colocado estos saberes al servicio del poder hegemónico. Así las derechas imponen sus políticas en desmedro de los intereses legítimos de las mayorías. Sin embargo, la instrumentalización del conocimiento con propósitos de dominación no cancela la validez de los métodos de investigación elaborados. Por esta vía pueden obtenerse referentes útiles a la hora de tomar decisiones.
Años atrás, Fidel indujo a los universitarios a conocer las zonas del país donde el subdesarrollo había dejado las marcas más profundas. La tarea de profesores y estudiantes involucrados en el proyecto consistiría en implementar acciones culturales durante algunas semanas. En verdad, no íbamos a enseñar, sino a aprender a través de la convivencia con los habitantes de territorios a los que nunca habíamos tenido acceso, conocidos apenas, en el mejor de los casos, mediante referencias librescas.
El país se electrificaba rápidamente. Pronto llegaban, por primera vez, el cine y la televisión. Entonces, los viejos se mantendrían fieles a Palmas y Cañas, mientras los jóvenes se agrupaban para escuchar Nocturno y se entrenaban en nuevas maneras de bailar. Los cambios de mentalidad saltaban a la vista. Con todos los sentidos en tensión, le estábamos tomando el pulso a la realidad en el entrechocar del ayer de los más viejos con el hoy y el mañana de quienes iban creciendo.
Ahora, las circunstancias están sujetas a los cambios impuestos por la contemporaneidad. No es hora de aplicar las prácticas de entonces. En la coyuntura actual, hay que seguir tomando el pulso a una realidad en permanente evolución. Porque los que siembran y labran la tierra, los que atienden el desempeño de los niños en el aula, los que administran los recursos de la nación, los que garantizan la transportación de los trabajadores afrontan también los desafíos del vivir cotidiano. Constituyen por tanto el componente decisivo de la marcha cohesionada en favor de la ejecución de los proyectos de mayor alcance.
Atenta al decursar de la historia, la voluntad revolucionaria de cambiar lo que ha de ser cambiado mantiene como horizonte insoslayable el desarrollo de lo conquistado en tanto garantía de nuestra dignidad como persona y como nación, protección ante el desamparo, inclusividad de los preteridos, fidelidad —en suma— a los principios sustantivos de justicia social.
Mutantes, las mentalidades se ajustan al lenguaje y al movimiento de cada época. Pero, resistentes como hilos de acero, arraigan en valores que se han ido edificando a través del tiempo. Para subvertirlas y manipularlas, el poder hegemónico del capital financiero implementa el ocultamiento de la realidad mediante el intenso bombardeo cautivante de imágenes ilusorias. Para contrarrestar ese influjo avasallador, hay que aprender a descifrar, en lo más profundo, las señales inequívocas de la verdad. José Martí las encontró en los trabajadores del Cayo que entregaron sus pocos centavos a la causa independentista y en los hogares campesinos que lo acogieron después del desembarco en Playitas de Cajobabo. Hizo de Patria un instrumento de la verdad. Tras medio siglo de desencanto republicano, Fidel confió en ese rescoldo resistente aun después de los duros golpes sufridos en el Moncada y en Alegría de Pío. Entonces, también, la verdad fue su arma más poderosa. La reconocimos todos en la voz que llegaba, con Radio Rebelde, desde la Sierra Maestra. La afrontó con la mayor transparencia en la Crisis de Octubre y antes del derrumbe de la Unión Soviética.
Para hurgar en la verdad, Armando Hart abrió espacios de diálogo desde el Ministerio de Cultura y el Programa Martiano. Tendió puentes entre la tradición histórica y la contemporaneidad. Por eso, la mayoría del pueblo ha compartido el doloroso estremecimiento de su reciente pérdida.
Justo es reconocerlo. Vivimos tiempos difíciles. A los problemas económicos se suman los huracanes arrasadores, todo lo cual repercute en el vivir cotidiano. Hoy, como ayer, algunos flaquean. Tenemos que desembarazarnos de rutinas gastadas, cambiar lo que ha de ser cambiado, tomar el pulso de la realidad, asumir errores y rectificar a tiempo. Ante la magnitud del desafío, tenemos que confiar en los hilos resistentes de una mentalidad devenida herencia cultural de la nación construida, a pesar de todos los avatares, en la continuidad de una lucha por la independencia, la justicia social y el mejoramiento humano.