A veces quisiéramos tener poderes mágicos, como el personaje de una leyenda azteca capaz de convertir lagartijas en esmeraldas, para ayudar a los más necesitados.
Tras un viaje intenso, más en el tiempo que en el kilometraje, volví hace poco a Santa Cruz del Sur y, a poco de llegar, salí a buscar a Marina. A la distancia, la saludé alegre, y ella, que barría el portal de esa casa suya donde se esconden trazos de mi infancia, no parecía compartirme el entusiasmo.
La radio, Leonardo Moncada y yo
A veces me imagino, con cinco o seis años, de pie sobre un taburete, para que mi oreja derecha alcanzara la bocina del radiorreceptor, adosado a la pared. Mis programas predilectos eran entonces Los tres Villalobos y, sobre todo, Leonardo Moncada, el titán de la llanura. La voz única de Eduardo Egea sigue resonando en mis recuerdos. Y resuena aún el tema musical que lo presentaba. Hace un tiempo, Radio Rebelde u otra ...
Algo se les está esfumando a los encargados de velar por la calidad del cigarro Popular, la más añeja de las marcas cubanas, fabricada en La Habana y Sancti Spíritus y nacida hace unas cuantas décadas. También el mal golpea a los Criollos y Titanes concebidos en Ranchuelo.
Cuando a los niños más pequeños les preguntan qué quieren ser, las respuestas oscilan entre peloteros, bailarinas, bomberos, e incluso, cosmonautas. En la adolescencia la cosa se pone un poco más seria: empiezan a hablar de ser doctores, maestros, científicos y abogados. Después deben definir —a veces en segundos y terceros intentos— qué oficio o profesión ejercerán, pero la vida sigue dando vueltas.
El hombre trabajaba con precisión, rapidez y con gracia. Mientras lo hacía hablaba de su profesión como si fuera el mejor oficio del mundo. Para él lo es. La albañilería constituye por estos días uno de los más demandados servicios en los hogares cubanos y él lo sabe, por eso se esmera.
El Parlamento del barrio es sui géneris. No necesita sesiones ordinarias ni extraordinarias, porque siempre está en guardia y palpitante. No requiere Presidencia que no sea quien primero lance la convocatoria al debate, con una frase incisiva en la cola del pan o de los huevos. No lo acechan las exigencias del quórum. Dos cubanos apenas arman su congreso.
Era julio de 1937. Abandonada por sus aliados naturales, las democracias occidentales, la España republicana se enfrentaba a la sublevación franquista, que contaba con el respaldo de la Alemania nazi y de la Italia fascista. Allá se entrenaba la maquinaria de guerra más moderna y eficiente. Las bombas caían sobre ciudades abiertas. Dejaban un saldo atroz de muertos y heridos entre la población civil. En esas circunstancias, prestigiosísimos intelectuales de Europa y América se reunieron en Valencia con el propósito de defender la cultura de la España asediada. Entre los latinoamericanos, aparecían figuras que muy pronto ocuparían los primeros planos en nuestras letras, como los chilenos Pablo Neruda y Vicente Huidobro, el peruano César Vallejo y el mexicano Octavio Paz. Cuba estuvo representada por Juan Marinello, Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Alejo Carpentier y Leonardo Fernández Sánchez. El Congreso se reunió en Valencia y Madrid. Al trasladarse de una a otra ciudad, calaron en lo más profundo del dolor de España. Testigo de los acontecimientos, Alejo Carpentier publicó en Carteles una serie de reportajes de fuerte impacto en la opinión pública nacional.
Nueve años tenían todos mis sentidos y no olvido cómo se contuvieron, uno tras otro, ante aquella obra humana. Aun sin mezcla, llegaban los primeros vecinos a ayudar al ser de manos callosas que intentaba proteger su casa de esos malditos huracanes, ladrones de trapos, televisor, años, vida...
Ningún espacio es oscuro o pequeño si en él podemos ser testigos de la virtud. Por eso no importó que este encuentro haya tenido lugar en la azotea de una humilde edificación, allí donde viven misioneros nuestros.