Hace unos días sostuve una conversación con un colega que escribe en medios que se presentan como independientes y hubo un pasaje sobre la falta de libertad de prensa en nuestro país, y la posición oficialista de todos los periodistas que, pienso, resulta interesante compartir.
Sobre las bellas aguas del holguinero río Mayarí se erigió por más de cinco décadas el «antiguo puente colgante de Arroyo Hondo», al que le dedicamos líneas especiales en estas mismas páginas hace más de un año. Contaban entonces los vecinos de la región que cruzarlo era vivir un riesgoso vaivén por el sobresalto que provocaban sus tablas disparejas y resbaladizas como jabón.
Sucedió en El Bosque, un área recreativa de la ciudad donde vivo y escribo, Bayamo, cuna de bardos, de cultura excelsa, de incontables patricios defensores del civismo...
Las letras hispanas conmemoran con justicia el cincuentenario de la publicación de Cien años de soledad. El entonces joven periodista Gabriel García Márquez había escrito en aquel momento otros textos narrativos. Pero el éxito súbito, inmediato, fulgurante de Cien años… lo sorprendió tanto como a sus editores. Las reimpresiones se sucedían a ritmo impresionante. Macondo, lugar mítico, se convirtió en referente familiar aun para aquellos que no habían leído la novela. Algunos lo asociaron a la noción del subdesarrollo. Como suele suceder con fenómenos de tan vasto alcance, varios factores intervinieron en tan sonado acontecimiento. Había aparecido un escritor de garra que estaba renovando los códigos literarios. Otros, sus pariguales en la historia literaria, tuvieron que atravesar un camino lleno de obstáculos. El contexto histórico favoreció la sorprendente acogida.
Se llama Isabel de la Paz y está sentada junto a su madre en el piso de cemento del portal. Me dice que no tenga pena, que abra la talanquera y entre, que todo el que llega hasta allí es gente buena, gente en la que se puede confiar.
La caldosa se ha robado la noche. Hay cientos de danzantes y dialogantes a su alrededor, como en las fogatas de nuestros ancestros, bajo la mágica delgadez de la luna. Las fotografías, las atenciones y absolutamente toda la alegría, van a parar a donde se tizna, con orgullo, la olla más grande del vecindario.
Aún se escucha el grito: ¡Abran paso..!, se revive la sorpresa rota, el resonar de los disparos. Todavía se huele la barbarie, la sangre, los sueños mutilados…
Nadie se engañe: pese a sus fusiles en desventaja, pese a la sorpresa de la no sorpresa y el revés en la acción, ellos portaban el poderoso arsenal de la edad. Promediaban 26 años. Juntos eran destruibles… pero inderrotables. Con 17, Pablo Agüero era uno de los más bisoños y pasó la prueba de los tiros: solo cayó, asesinado a sangre fría, cuando del combate quedaba apenas el eco inmenso que, desde Santiago, gritó la gran noticia de Cuba: ¡asaltaron el Moncada!
El ser humano irrumpió en el globo terráqueo con una prerrogativa existencial a guisa de salvoconducto: vivir. Para dilatar en el tiempo tan preciosa gracia, necesitó del concurso de un grupo de factores, cual de ellos más importantes. Alimentarse devino su apremio fundacional. Le continuó, por instinto, la reproducción. Luego sobrevino la socialización en su más heterogénea gama.
Cuando nace una criatura, sus rasgos son borrosos. Todos la contemplan, deseosos de reconocer en ella las huellas de un parecido. En su desarrollo, la ciencia ha demostrado que somos portadores de cierto determinismo genético. Sin embargo, la impronta definitiva en términos de hábitos, expectativas y valores habrá de imponerse a través de la vida. Porque lo hemos engendrado, el bebé que dormita en la cuna es nuestra hechura. Habrá de serlo mucho más en el delicado proceso de construcción de su subjetividad, porque la responsabilidad no se limita tan solo a afrontar sus necesidades materiales básicas. La siembra más profunda, aquella que nos acompaña a lo largo de la existencia y nos capacita para afrontar desafíos, desgarramientos y para hacernos de un destino propio, se produce en el fértil terreno de los valores espirituales.