Perdonen por echar mano a una meta que encierra directriz tan importante para el devenir de las sociedades: acabar con el verticalismo, lograr que cada vez menos las decisiones se impongan de arriba a abajo y, por el contrario, sean el resultado de un ejercicio de análisis horizontal, es decir, con todos a la misma altura. De igual a igual.
BIRÁN, Holguín.— «Mañana soy yo quien va a conversar con Fidel», le aseguró Esther a Mayelín, su compañera de trabajo, con una certeza premonitoria.
Quienes se aferran cual latiguillo al dudoso criterio de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», cuanto menos provoca sorpresa en estos tiempos de aceleración digital la supervivencia de la frase plasmada en las «Coplas» del escritor español Jorge Manrique (1440-1479) dedicadas a la muerte de su padre.
Se quedaron dudando. Si la gente lo creía, era por algo. Si se rumoreaba entre vecinos, sus razones tendrían. Si los compañeros de trabajo lo pensaban, sus pruebas existirían. Tal vez era verdad que —aunque solo se tenían un cariño de padre e hija, aunque nada más hablaban para pedirse opiniones de la vida, aunque jamás les pasaría por la cabeza amarse de otro modo, o mucho menos desear cualquier acto carnal—, a pesar de todo eso, tal vez era verdad que «estaban». Se despidieron. Pero permaneció la incertidumbre. Si la gente lo decía, por algo sería.
¿En qué nos puede ayudar Martí hoy? Su obra y su pensamiento emancipatorio y actual constituyen una fortaleza para todos nosotros; Martí es el alma moral de la nación, el guía espiritual de Cuba, luz que nos hace ser militantes por la justicia social. No por azar su elección fue estar al lado de los pobres, de los desposeídos; he ahí el electivismo martiano, su condición humana al servicio de los pobres y necesitados; elemento que no quedó solo en el pensamiento de Martí; su elección hubo de practicarla, él hizo de su vida un desvelo de justicia. «Hacer es la mejor manera de decir», nos enseñó, y la fuerza de sus ideas constituye un basamento importante para la salvaguarda de la nación.
Las calles son como lienzos multiformes donde toman lugar —con trazos de brocha gorda o de tierno pincel— los principales matices de la acuarela ciudadana. Todos los perfiles de su gente se fusionan allí con cada amanecer. Uno lo aprecia en el paso presuroso del que marcha al trabajo; en el tozudo pregón del vendedor de viandas; en el rítmico contoneo de las mujeres y… en la ubicua presencia de los deambulantes callejeros.
«Tenemos ron. Visítenos», dice el cartel de una bodega y uno, que dispone de mejores visitas para hacer, sigue su paso, pero a poco repara en que esa estampa se ha hecho bastante común en lugares de La Mancha de cuya abundancia no quiere acordarse. Vaya… que, montado en un periplo turístico en el molino del tiempo, el flaco hidalgo español podría comprobarlo: los venteros cubanos parecen inclinados a promover con privilegio un producto más propicio para provocar entuertos que para «desfacerlos».
Ciudad entre ríos, junto al mar, con su suave descenso de colinas, Matanzas parece recibir al viajero, llegue de oriente o de occidente, con una sonrisa. Madurota ya, no alcanza la venerable edad de aquellas otras, las que andan en el entorno del medio milenio. Está ahora de cumpleaños. Tuvo una juventud brillante. Se refugió luego en el recuerdo de los tiempos en que fue reconocida como la Atenas de Cuba. Quizá en virtud de la memoria de ese pasado, se mantenga allí un foco activo de vida intelectual. Su historia local es componente indispensable para entender el más amplio proceso del devenir del país.
Cuando parí, en julio de 1998, una vecina vaticinó que no tendría suficiente leche para contentar a «ese tragoncito de siete libras y media». Apretó mis pechos, arrugó el ceño y conminó a mi madre a hervir biberones y comprar sucedáneos en el mercado en divisa.
Tan solo llevaba una semana como periodista profesional del periódico Vanguardia, luego de transitar ocho años como corresponsal voluntario, cuando mi director Pedro Hernández Soto, en un atardecer de noviembre de 1978, me puso la mano en el hombro y ordenó: «Esta noche viene a Santa Clara el embajador de China y estás designado para entrevistarlo».