BIRÁN, Holguín.— «Mañana soy yo quien va a conversar con Fidel», le aseguró Esther a Mayelín, su compañera de trabajo, con una certeza premonitoria.
Esa noche la ansiedad no la dejó dormir suficiente. Pero durante las pocas horas que logró «pegar los ojos», soñó que, en efecto, dialogaba con el Comandante. Los detalles no los recuerda bien. Cómo podría haberlo grabado cuando la realidad se le presentó, al día siguiente, el doble de fascinante.
El 23 de septiembre de 2003 la escuela primaria 6 de Agosto, de Birán, transpiraba emoción por todas las esquinas. En cualquier momento iba a aparecer la figura alucinante de Fidel.
Por mucho que uno indague sobre ese día, casi todas las pistas conducen a Esther. «¡Búsquela, periodista, y que le cuente bien cómo pasaron las cosas!», dice un trabajador de la escuela, indicando el camino hasta su casa. Aunque no es demasiado cerca, encontrarla no resulta complicado. Los pueblos pequeños llevan ventaja cuando se trata de hallar a la gente; y si es maestra, todo el mundo la conoce.
Hay que sortear unos cuantos recovecos desde la escuela hasta su casa, pero preguntando nadie se pierde. La visita es inesperada; sin embargo, no hay asombro en Esther, quien me invita a sentarme y hasta me ofrece un cafecito antes de preguntar «¿qué es lo que la trae por aquí?». «Fidel», le digo, y los ojos le centellean. Quiero saberlo todo, y ella cuenta:
«Cuando llegó, yo estaba impartiendo clases en el aula de 5to. B. Todo permanecía muy tranquilo, como si no pasara nada. Entonces entró él, saludándonos con una sonrisa. En silencio, miró la pizarra detenidamente y preguntó: “¿Usted fue quien escribió eso?”».
A Esther las piernas le temblaban, mas respondió lentamente que sí, buscando en su memoria en qué podía haberse equivocado. «¿Dónde aprendiste a escribir así, tan lindo?», inquirió Fidel, justo cuando ella comenzaba a recriminarse mentalmente por no haber borrado la pizarra al terminar la clase de Lengua Española.
«¿Dónde hay una tiza?», preguntó otra vez el Comandante y se la entregó a la maestra. «Me mandó a escribir su nombre y después intentó hacer los rasgos como yo, pero la F no le quedaba igual. Entonces se me acercó y me dijo al oído: «Ninguno de mis maestros me enseñó a hacerla bien».
Han pasado casi 14 años desde que Esther Rodríguez Martínez conversara, durante 15 minutos, con uno de los hombres más queridos por su pueblo. Desde esa fecha hasta acá, mucho ha sucedido en Birán y en nuestro país. Ella misma ya no desanda los pasillos de la escuela cargada de cuadernos o libretas. Ahora han llegado los tiempos de la jubilación, del recuerdo.
Pero aquella firma sigue intacta, retando al tiempo, en la misma pizarra donde la delineara Fidel en el aula que, luego, fue convertida en sitial histórico.
Por muchos años, Esther regresó allí donde una vez tuvo el corazón en la boca y el coraje de un país al alcance de un abrazo. Hasta ese sitio venerado por todos en la escuela, llevaba la maestra a sus alumnos de primer grado —como lo siguen haciendo otros profesores hoy—, para contarles a los más chicos cómo fue el día en que una sencilla maestra de Birán le enseñó a escribir mejor la «F» al Comandante.