Soy un mambí incómodo. Insurrecto. Siempre irredento. Los que me quieren mucho, los que me quieren menos, los que me aborrecen y hasta los que no confían en mí, saben que acierto y yerro, siempre por convicción y no por compulsión. Es lo que hace que a diario ponga la cabeza en la almohada sin arrugas internas.
A sus dichosos 80 años un infarto negligente y demoledor ha puesto fin a la vida de mi abuela. Ninguno de sus descendientes alcanzó a intuirlo, pero a juzgar por las señales que nos arroja su conducta en las horas previas, más que presentimiento, Enma Fernández Arner tuvo la certeza de que moriría. Ante mis ojos, tan dramática coyuntura no es más que otra prueba de su proverbial lucidez, de esa luz larga que es patrimonio de unos pocos elegidos.
De los males humanos que lastran la plenitud de nuestra especie y nos ponen muy lejos de ser todo lo racionales que aseguramos ser, asigno una gran cuota de responsabilidad al egoísmo, considerado por Martí como «el mal del mundo». Su arraigo y proliferación suele exacerbarse en tiempos de carencias y momentos difíciles, justamente cuando más se necesita su inexistencia.
De los males humanos que lastran la plenitud de nuestra especie y nos ponen muy lejos de ser todo lo racionales que aseguramos ser, asigno una gran cuota de responsabilidad al egoísmo, considerado por Martí como «el mal del mundo». Su arraigo y proliferación suele exacerbarse en tiempos de carencias y momentos difíciles, justamente cuando más se necesita su inexistencia.
¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo?
Hace unas mañanas subí a uno de esos taxis citadinos, con uno de esos choferes que no responden los buenos días e ignoran que el pasajero es, antes que mercancía, un ser humano.
Siempre lo imagino con una sonrisa muy amplia alumbrándole el rostro, con esa expresión tan propia de la gente sencilla que anda por la vida dispuesta a dar de sí cuanto haga falta sin pedir a cambio, porque es lo correcto.
Es un problema complicado, delicado, imposible de resolver con una fórmula científica o con un simple llamado a la conciencia.
Tan activa y trabajadora era Francisca que la muerte salió a buscarla y terminó su jornada, exhausta, sin haberla encontrado. Así transcurre un conocidísimo cuento de Onelio Jorge Cardoso. Pero hay temporadas en que la señora de las sombras, a pesar de todo, logra buena cosecha. Acabamos de transitar por una de ellas. La siega ha afectado de manera particular los ámbitos del pensamiento y la cultura.
En esa avalancha de mensajes a través del correo electrónico, a veces encuentro frases que me marcan por el resto de la vida. No siempre logro recordar el autor o el orden estricto de las palabras, pero su moraleja se impregna en mi cerebro y sus ecos me salvan para expresar emociones o describir circunstancias, cuando mis propios argumentos resultan pálidos o escasos.