El Parlamento del barrio es sui géneris. No necesita sesiones ordinarias ni extraordinarias, porque siempre está en guardia y palpitante. No requiere Presidencia que no sea quien primero lance la convocatoria al debate, con una frase incisiva en la cola del pan o de los huevos. No lo acechan las exigencias del quórum. Dos cubanos apenas arman su congreso.
En la esquina se discute de lo humano y lo divino. Se echan pestes a la ineficiencia, la mediocridad y la chapucería. A los nudos que traban las soluciones. A las «muelas bizcas» que, con su retórica, no cuajan en concreciones, confundiendo siempre la cruda realidad con las aspiraciones. El eterno dilema filosófico entre el ser y el deber ser.
Estos «parlamentarios», unos más incendiarios y otros más equilibrados para reconocer el bien por entre los amargores del mal —no hablo de los indiferentes—, tienen los pies muy bien puestos sobre la tierra. Caminan bastante por nuestras calles y lo ven todo: son los más fieles sensores de nuestras dinámicas y «eso que anda...». Y no se callan nada.
«El paraguas se traba», como dicen en la esquina, con la lluvia de formalidades que ha empapado a muchas de nuestras asambleas de rendición de cuentas del delegado, la base de nuestro sistema de Gobierno y de la democracia socialista, al punto de inundarlas de inoperancia y soliloquios vecinales; y lamentablemente aceptadas como un deber de presencia física apenas, por electores que callan para concluir rápido y ver la telenovela de turno.
La asamblea de rendición de cuentas del delegado debiera anegarse más de ese espíritu inconforme y pretencioso de mejorías del barrio y la esquina. De participación y resolución más que de presencia. Pero las rutinas suelen carcomer, sobre todo cuando los «Gobiernos invisibles» de los territorios y las instancias estatales no asisten a esas asambleas, ni dan el rostro a los electores, para someterse al arbitrio público, explicar y esclarecer. Y abandonan al delegado, que se desgasta en gestiones y no siempre trae una respuesta.
La asamblea de rendición de cuentas es el ágora de los ciudadanos. Dígase ciudadano y no un ente pasivo. Porque muchas instituciones aún lo tratan con la palabrita aberrante de «usuario», como si el fin del ser humano fuera usar de las cosas y no pensar. Y cuando muchas entidades responden oficialmente a las quejas del cubano, lo llaman el «recurrente», quizá sin sopesar que quien recurre en planteamientos es porque no encuentra aún soluciones. O lo denomina el «demandante» o «quejoso», como si la lógica exigencia de soluciones fuera una enfermiza obsesión y no un resultado de los problemas y desaciertos de la administración pública.
Para que nuestros delegados del Poder Popular sean verdaderos líderes de las comunidades, o salgan de entre esos que están al doblar de la esquina, aparte de sus virtudes personales y revolucionarias y de su valentía, requieren de un apoyo de las instituciones públicas, que muchas veces los dejan solos frente a sus electores.
El fortalecimiento del sistema de Gobierno, desde la base hasta el Parlamento, requiere dinamizar y empoderar la participación ciudadana, como retroalimentación oxigenante, toma de decisiones y control a distintos niveles, incluidas rendiciones de cuentas agudas y palpitantes. La democracia socialista, una construcción aún balbuceante e insuficiente, debe aprender de los errores, enajenaciones y adormecimientos que mellaron la hoz y el martillo en aquella URSS y el resto de Europa del Este.
Así, solo si los «parlamentarios» silvestres de la esquina encuentran eco y respuesta en un Poder Popular que potencie todos los mecanismos participativos y democráticos, estimule las potestades del ciudadano, y no naufrague en formalidades y desgastes burocráticos, estaremos construyendo la democracia socialista. Porque en el barrio se decide el país. No olvidarlo nunca.