La radio, Leonardo Moncada y yo
A veces me imagino, con cinco o seis años, de pie sobre un taburete, para que mi oreja derecha alcanzara la bocina del radiorreceptor, adosado a la pared. Mis programas predilectos eran entonces Los tres Villalobos y, sobre todo, Leonardo Moncada, el titán de la llanura. La voz única de Eduardo Egea sigue resonando en mis recuerdos. Y resuena aún el tema musical que lo presentaba. Hace un tiempo, Radio Rebelde u otra emisora, que no recuerdo, difundió la música de presentación de Leonardo Moncada, y sentí como la daga de la nostalgia me sajaba el pecho, y me retrotrajo hacia las siete de la tarde de días ya innombrables.
Días dichosos aquellos en que la inocencia de niño pobre en pueblito paupérrimo, escenificaba a solas, sobre un caballito de palo lo que le comunicaban por radio sus héroes, héroes justos, defensores del pobre. Por los callejones de mi pueblo, yo galopaba disparándoles a mil bandidos, a mil explotadores del pobre.
Ahí, en esa radio medio ingenua, pero concebida con un afán superador recibí mis primeras lecciones de justicia social. Leonardo Moncada me transmitió un mensaje: siempre a favor del desvalido, a favor de tus semejantes menos aptos, de menos valimiento. Y ahora lo digo sin exagerar, ni envaneciéndome: cuando estuve becado, mis amigos eran aquellos que los demás dejaban solos. Y esa actitud, además de la educación posterior en los Salesianos —que alguien pagó por ayudar a hijo de casa pobre—, partió de aquellas aventuras donde los héroes lo eran por favorecer a los menos felices: los pobres, víctimas de los poderosos.
Toda mi conducta posterior tuvo base en los libretos de Leovigildo Díaz de la Nuez, y más tarde, de Enrique Núñez Rodríguez, Eduardo Egea y Ramón Veloz convertían en voces entrañables, en figuras cercanas que uno imaginaba de mil maneras de acuerdo con la dimensión de la voz: Moncada, alto, fuerte, bello; y Pedrito Iznaga, juvenil, sincero, bueno, fiel.
La radio hoy en Cuba está, a mi parecer, menospreciada, para favorecer a un medio hipnótico como la TV. Creo que parte de mi desarrollo mental en los primeros años, más que a las escuelas primarias, que escaseaban en mi infancia, se lo debo a la radio, en particular a Leonardo Moncada, y a sus libretistas, y repito sus nombres: al primero, Leovigildo Díaz de la Nuez, y luego a Núñez Rodríguez. Es mi orgullo reconocerlo, y nunca haberlo olvidado.