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El mundo soñado de Yukali en Cuba

De manera itinerante, esta comunidad artística busca incentivar cambios positivos en las personas mediante prácticas de creación colectiva 

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

 

Yukali es el país que alguien soñó, Yukali es donde se inventó el color... Y escuchas al cantaor español Diego el Cigala interpretar ese tango habanera de la autoría del alemán Kurt Weill, y eso va permitiéndote comprender por qué Yukali Cuba sigue esa ruta para crear entre todos y todas un espacio, no físico ni imaginario, sino real.

Si tienes inclinaciones artísticas y te interesa impactar positivamente en la sociedad, si llevas algún proyecto o iniciativa comunitaria y quieres aprender nuevas herramientas creativas o intercambiar experiencias con otros proyectos, Yukali Cuba es el lugar idóneo. Y lo es a través de cada uno de los laboratorios que, sobre la base del arte y el compromiso social, va entrelazando personas, aspiraciones y metas. Lo es también en cada intervención barrial o comunitaria, mediante la cual todos y todas exploran formas de desarrollar la sensibilidad y empatía para entender las necesidades individuales y colectivas, además de contribuir a la construcción de un puente entre arte, creación y sociedad.

Yukali Cuba por dentro

Mariana Hutchinson es violinista. La vemos con la melodía apoyada en su hombro en la Orquesta de Cámara Música Eterna, en Ensemble Interactivo de La Habana y quizá en alguna otra «aventura» musical.

«Una de mis grandes inquietudes y también una necesidad como músico era querer conectar mi arte con procesos sociales, para llegar a públicos a los que no he llegado, crear comunidades con personas de distintos contextos, fomentar la diversidad y la apreciación del arte de una manera singular.

«No solo se trata de sacar la música clásica de su entorno, sino de llevar el arte en general con muchos artistas a distintas comunidades para distintos públicos. Hace tres años comencé a configurar lo que hoy es Yukali Cuba: una gran familia.

«Me gusta explicarlo y presentarlo como una comunidad artística que busca incentivar cambios positivos en las personas mediante prácticas de creación colectiva. Nos unimos desde diversas disciplinas profesionales para crear música y arte junto a niños, adolescentes y adultos.

«Todo lo que creamos surge a partir de la colaboración entre artistas profesionales, aficionados y principiantes, durante la cual aprendemos los unos de los otros. Creemos que todo puede transformarse en arte y estimulamos la creación desde lo personal, desde las propias vivencias y sueños.

«Nos enfocamos en la creación musical y artística porque creemos que nos da sentido de pertenencia. Tomar una decisión creativa es tomar iniciativa, es empoderarnos y asumir responsabilidad de nuestras acciones. Entonces la idea es llevar el arte, pero más que eso, hacerlo de una manera colaborativa, crear arte con las personas de cada uno de los lugares a donde vamos. No es que llegue yo con mi violín a tocarles la pieza que yo quiera, sino indagar con ellos lo que les interesa y con eso y lo que yo quiera llevarles, crear algo en conjunto», comenta.

Por eso la pieza musical de Weill es tan acertada para acogerla en el proyecto, porque esa isla imaginaria es el lugar de los deseos, la esperanza, la liberación y el amor. «Nosotros adoptamos ese nombre por los valores comunes que posee con la simbología del compositor europeo y su quimera de crear su propio Yukali», precisa Mariana.

El artista visual Rubén Cabrera (Cabra) había trabajado con Israel Moya (Moyacuba) en Islagrafía, una fusión que mezcla el mural con grafiti y grabado en textil.
Mediante ese proyecto buscaron romper las maneras tradicionales de exposición, fruto del interés social. Les interesó siempre salir de la galería e interactuar con el exterior, convivir con la obra de arte, dialogar, aprender y dejar de lado también los egos.

Sus experiencias en diversas comunidades como Los pocitos, Jesús María, San Isidro, San Ignacio, Vedado, La puntilla, El Fanguito, Gibara... le aportaron muchos aprendizajes en esa idea de construir el arte desde los propios entornos sociales.

«Me sumé después a Yukali, porque me resultó muy interesante y valioso lo que Mariana defendía. Las experiencias artísticas son maravillosas y me entusiasmó mucho la interdisciplinariedad. Como me gusta la música, pensé en aportar mi conocimiento desde las artes visuales y he disfrutado mucho cada proceso, no solo en función de hacer arte porque lo disfrutemos sino porque los procesos colaborativos se convierten en herramientas válidas para cualquier circunstancia de nuestras vidas.

«En mayo de este año salimos por primera vez de La Habana. Somos bicicleteros y nos unimos a una Bicigira. Éramos diez personas de distintos lugares del mundo vinculadas con el arte y con muchas ganas de conectar. Fue enriquecedor compartir con niños, adolescentes y hasta adultos mayores en zonas intrincadas, en lugares como los cercanos al Parque Nacional Alejandro de Humboldt o la Playita de Cajobabo, porque habilidades como la intuición, la sensibilidad y la curiosidad no dependen de condiciones materiales, pero sí deben ser estimuladas. Asumimos grandes retos precisamente por no disponer, quizá, de todos los recursos, y justo ahí encontramos una maravillosa fuerza», apuntó Rubén, quien también recuerda con agrado la experiencia en el Centro A+ Espacios para adolescentes, para obtener un mural como resultado de una sesión colectiva que duró una semana.

Mariana asevera que cada comunidad visitada es un espacio pleno de arte, y el hecho de que no lleguen los grandes eventos culturales provoca en sus habitantes una avidez inmensa y una receptividad inigualable. «Priorizamos por ello entornos vulnerables donde existan inquietudes artísticas y necesidades de nuevas alternativas para enfrentar las rutinas», acoto Rubén.

«Trabajamos en talleres intensivos de una semana o en talleres semanales durante varios meses. Durante estos talleres vamos elaborando material musical y artístico paso a paso. Son nuestros laboratorios, espacios de formación interdisciplinaria para conectarnos, incentivar la colaboración, la experimentación y la reflexión. Son grandes oportunidades para facilitar procesos creativos, explorar la creatividad individual a través de disímiles formas de expresión», precisó Mariana, quien además relató la bella experiencia con alumnos de la Escuela de Oficios, situada en la localidad del proyecto Quisicuaba en la capital. 

Cada experiencia sirve de inspiración para continuar, afirma Rubén. «El domingo 15 de junio hicimos un performance con Akokán, proyecto comunitario de Los Pocitos al que siempre estamos vinculados, y en esa obra de teatro, con música y el público, resultante de los talleres que hicimos con la comunidad, nos percatamos de que esa especie de teatro callejero tenía un impacto trascendental en sus vidas. Contamos la historia de Inua, un nuevo espacio en esa comunidad, y todos fueron parte de ella».

Mariana insiste en que, al ser una experiencia transdiciplinaria, siempre pueden contar con las personas interesadas desde cualquier arista creativa. «El equipo es diverso, contamos con muchas personas que aman también la esencia de Yukali. Además, profundizar en la formación de capacitadores es importante. Somos un proyecto itinerante que colabora con otros proyectos comunitarios. Nos nutrimos en ambos sentidos y crecemos juntos, guiados por un objetivo común».

Responsabilidad compartida, compromiso social, inclusión, sensibilidad, interdisciplinariedad, colaboración... La mejor manera de entender lo que hace Yukali Cuba es viviéndolo, compartir con ellos, sumarse para explorar desde el arte cualquier ámbito de la sociedad en el contexto cubano.

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