Así como un gesto sincero o una palabra limpia, una fotografía puede convocar de repente toda la fragilidad de quien la mira. Fueron unos segundos escasos, y la imagen, rescatada por un documental, alcanzó a golpearme. Estaba él, de manos atadas, flaco, sucio, mechones enredados, ojos extrañamente tranquilos para las circunstancias. Era la antesala de la muerte y de seguro lo sabía.
A veces me pregunto si podremos ser como el Che, pioneros nuestros; si lo mantendrá vivo y palpitante la liturgia de desempolvarlo en frases y palabras altisonantes los días de sus conmemoraciones, aunque después los adultos hagamos lo que nos parezca y lo neguemos a cuentagotas con la desidia, la indolencia, el acomodamiento o la imposición.
CARACAS, Venezuela.— De materia hermosísima, legendaria, está hecha la Revolución Cubana. Mucha juventud soñó, vivió, murió por ella. Y muchas figuras dignas de libros, filmes o poemas para no olvidar han acompañado su suerte. Nadie pondría en duda, por ejemplo, lo admirable y milagroso que habita en que tantos artífices carismáticos hayan confluido en los avatares de una guerra libertadora y en el consiguiente avance triunfal de 1959.
Hay que ser «objetivos», proclaman algunos, en el intento de que arriemos las velas de nuestros sueños, tal vez para elevar las de sus privilegios. Y esa sería la peor profanación al Che Guevara, a 50 años de su cobarde asesinato y a 20 de la llegada de sus restos y los de sus compañeros a Santa Clara.
A cada rato sentí que a mí, como a cada uno de sus incontables hijos por parte de patria, el guerrillero caído aquel octubre me había dejado en la tierra con solo 24 días de nacido y a la postre encargado en la multitud de mi generación, por su hermano Fidel, de iniciar la misión imposible: ser como el Che.
Para conocer las entrañas de la Tierra, consideró el Che la posibilidad de asomarse al cráter de un volcán. Durante años, me ha atenaceado la necesidad de indagar acerca del trasfondo humano palpitante tras las hazañas del constructor y del combatiente guerrillero. He perseguido el anecdotario conservado en la memoria de sus compañeros y colaboradores, las obras que nos fue dejando, los textos inconclusos, los testimonios personales dejados en crónicas, diarios y en la escasa correspondencia conocida. Puedo configurar una silueta, aun cuando muchos rasgos esenciales se me escapan. Apenas abocetada, esa dimensión humana ha de permanecer, como lava ardiente, en beneficio de la generación actual y de aquellas otras que están por llegar.
El Che en la lavandería del hospital de Vallegrande. El Che tendido. La imagen terrible captada por el boliviano Freddy Alborta. El Che muerto, terriblemente muerto. Y solo, terriblemente solo. Cintio Vitier se asoma:
La luna alta pinta las guardarrayas. Las voces de Ernesto Suárez, Porfirio Robau, Rafael Rubiera casi parecen bajarla.... Hay canturía en Santa Rita. Y recién llega otro improvisador.
Rosita ya no sabía comer pollo. El muslo de pollo asado se enfriaba impúdicamente frente a ella, se reía impúdicamente de ella, y ella lo miraba como un objeto distante e inútil. Si acaso, jugaba un poco con él valiéndose del tenedor o de los dedos. Tampoco sabía bañarse sola. Si la dejaban, podía pasarse sentada en el borde de la bañadera, desnuda, hasta que llegara el fin del mundo.
Tener información de primera mano e intercambiar opiniones con los dirigentes que toman las decisiones tras un suceso de la magnitud del huracán Irma, deviene oportunidad estupenda para cualquiera, más allá de lo que sabe por el protagonismo periodístico cotidiano de la televisión, la radio y la prensa escrita.