A veces me pregunto si podremos ser como el Che, pioneros nuestros; si lo mantendrá vivo y palpitante la liturgia de desempolvarlo en frases y palabras altisonantes los días de sus conmemoraciones, aunque después los adultos hagamos lo que nos parezca y lo neguemos a cuentagotas con la desidia, la indolencia, el acomodamiento o la imposición.
Hoy, cuando se cumplen 50 años de su caída en La Higuera, las ofrendas y homenajes más recurrentes son al Guerrillero Heroico, al redentor de los preteridos y olvidados de siempre; como si ese irreductible no fuera el mismo en la guerra y la paz. Como si aquella pólvora justiciera no se perpetuara en su osadía de la redención humana desde el poder, en su voluntad espartana de construir un mundo y un hombre nuevos —todavía una aspiración— para honrar tanta sangre derramada.
Después del 1ro. de enero de 1959, y hasta la partida a otras tierras que reclamaban el concurso de sus modestos esfuerzos, el Comandante Ernesto Guevara de la Serna se ganó también los grados de líder más que de funcionario. De mesías y adelantado de una Revolución que, en el concepto espartano del rosarino, debía estar en perpetua revolución para no necrosarse.
Che fue el antidogma a lo largo de una vida que siempre despreció las predestinaciones de la comodidad y la oportunidad en pos del hereje sacrificio. Por eso, con inteligencia y talento excelsos para convertirse en un gran médico, siguió a Fidel y se alistó en el Granma, proa definitivamente a la Revolución, Sierra Maestra, Columna 8… hasta las más difíciles e inéditas batallas después del triunfo de 1959.
Su lealtad a Fidel y a la Revolución como combatiente y estadista, cimentada en altas dosis de sacrificio y voluntad, en un ejemplo personal que ha hecho leyenda para siempre, nunca dejó de ser insurgente. Junto a un elevado compromiso en cada tarea encomendada, nos legó un modelo de exégeta de la calidad y la belleza en el socialismo, de propulsor y dialéctico centinela de la propia obra revolucionaria. Como cuadro «columna vertebral de la Revolución», era a la vez conciencia crítica, análisis profundo y amoroso de lo que se iba gestando.
Su coherencia entre palabra y vida, de la cual perviven tantas historias aleccionadoras, tenía que ver mucho con su concepción de la Revolución como un proceso formador, en el cual se trabaja duro por el bienestar y el mejoramiento, y a la vez se analiza desde la duda, el pensamiento creador e indagatorio, por incisivo y renovador que sea.
Che todavía nos alerta de que la incondicionalidad pasa por cabeza propia, el criterio personal, el debate y la polémica, el estudio e investigación previos, el diagnóstico científico como antídoto del súbito voluntarismo. Nos legó el alerta sabio y precoz como clave de la honestidad, no la complaciente anuencia ante los males, propia de simuladores y adulones que él aborrecía.
Entre sus herencias siguen gravitando sobre nuestros esfuerzos por perfeccionar el socialismo cubano —no siempre fructíferos—, el imperativo del control, el rigor y la disciplina, pero no sobre ucases e imposiciones, sino con el encantamiento de involucrar a todos desde las bases para que participen de veras y no solo cumplan órdenes. Él supo escuchar y palpar siempre bien abajo, como alimento insustituible para las tareas de dirección.
A diferencia de concepciones burocratizantes, tecnocráticas y elitistas alejadas del sentir de las masas, que al final dieron al traste con el socialismo real en las nevadas latitudes esteuropeas, Che nos sigue alertando, desde su praxis y su pensamiento teórico acerca de la transición socialista, de que esta nueva sociedad solo se puede construir con el hombre como centro. Desde él, con él y para él.
Y en ese enfoque humanista del proceso reflexionó con alto nivel conceptual acerca de las contradicciones y los dilemas de la nueva sociedad, en cuanto a lograr la confluencia y el equilibrio necesarios entre la vanguardia política, la masa participante y el individuo con sus particularidades, un tema aún álgido y controversial en el socialismo. (Léase El Socialismo y el hombre en Cuba).
Che predicó, en pensamiento y obra, que sin la acción consciente del ser humano no puede construirse la nueva sociedad. No hay mecanismo que valga por sí solo. La importancia que le dio al llamado factor subjetivo como fermento y garantía de los procesos transformadores, lo hizo rebelarse contra el determinismo imperante entonces en la URSS, el manualismo mecanicista y los dogmas que todo lo presuponían y absolutizaban de acuerdo con leyes históricas y las famosas contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción, obviando la capacidad humana de crecerse en su conciencia y rebeldía.
Solo un precoz visionario de las dinámicas sociales como él, podía haberse adelantado, en años fundacionales de la Revolución, a diagnosticar los males, y las deformaciones paralizantes que se acumulaban en el socialismo europeo, y que dieron al traste con esas sociedades, ya en un abismo entre el pueblo y la vanguardia y en un anquilosamiento económico, frente al viejo y taimado capitalismo, que siempre emerge por encima de sus crisis con fórmulas camaleónicas. Y esas son también alertas para la Revolución Cubana hoy.
Che trabajó en cuerpo y alma, en hechos y reflexiones hondas, para que Cuba alcanzara el camino de la redención social y humana, de la liberación total del individuo. Ese fue su combate inacabado, que aún espera aquí por la victoria definitiva. Por eso anda entre nosotros, ojo avizor ante cualquier acechanza o emboscada, premiando lo justo e inteligente, y censurando nuestros dislates. Che persiste.