Dedico a esta columna mis ratos de asueto dominical. El lapso transcurrido entre la escritura y la publicación me aleja de la respuesta periodística a la inmediatez del acontecer. Quizá, en ocasiones me ofrezca la oportunidad de disponer de una meditación más reposada. No puedo, sin embargo, tardíamente, dejar pasar en silencio el fallecimiento de Alicia Alonso, que ha estremecido a tantos dentro y fuera de Cuba. Ha sido un genio de la danza, una de las contadas figuras universales del siglo XX. Se me agolpan los recuerdos y no puedo dejar de evocar el contexto en que se desarrolló su trayectoria.
Hace algunos años, tocada por ese amor propio que distingue a los nacidos en este país, dediqué una crónica a la «botella». Escribí entonces que en la década de los noventa del siglo XX los cubanos hicimos malabares para viajar de un punto a otro en ciudades y pueblos.
Hace unos días, camino a Pinar del Río, la guagua de Viazul que tomé en la autopista se detuvo diez minutos, como está establecido, en el centro turístico Las Barrigonas, que hace camino a la ciudad. Algunos viajeros decidieron tomar el buen aire que se respira en ese sitio, otros apostaron por un café o golosinas que se venden allí y los más necesitados utilizaron los servicios sanitarios. Hasta ahí todo bien.
En la historia de la humanidad existen muy pocos países (y afirmaría solo uno) que hayan ayudado mediante los servicios de salud a 164 naciones del mundo sin exigir nada a cambio. La altruista política internacionalista cubana se comenzó prácticamente con la victoria de 1959 y ha continuado en estos años pese a las enormes dificultades económicas que ha enfrentado el país debido al bloqueo económico y financiero que ha impuesto Estados Unidos contra Cuba por más de seis décadas.
EL dramaturgo, crítico y polemista irlandés George Bernard Shaw (1856-1950) decía: «No esperes la oportunidad correcta, créala», y ahora es uno de los mejores momentos para poner en práctica ese pensamiento, sobre todo porque el escenario cubano se torna fértil cuando a la población se le abre hasta el próximo 30 de noviembre la oportunidad de participar —voluntaria y conscientemente— en las asambleas de rendición de cuenta del delegado a sus electores.
De adolescente lo perseguía, lo acariciaba, lo anhelaba. Guardaba recortes de lo que más me conmovía.
Como ocurre en ocasiones cuando uno acude a una dependencia a realizar un trámite —burocrático, profesional, particular…—, la persona a quien debía ver no estaba. «Lo citaron para una reunión —me dijo su secretaria con afectada cortesía—; dudo que regrese pronto». Acto seguido retornó a la pantallita de su teléfono móvil y al escrutinio de sus uñas acrílicas.
El establecimiento de la jornada de la cultura cubana entre el 10 y el 20 de octubre se basó en conceptos que rebasaban la creación artística y literaria. Sin descartar la importancia de esta última, subrayaba la existencia de valores culturales que atravesaban la sociedad en su conjunto en una pausada y multifacética construcción del ser cubano, entretejida con el proceso histórico de la nación. Tenía su sustrato en un fermento popular que iba adquiriendo conciencia de sí. En los campamentos mambises convivieron antiguos esclavos, mestizos que sentían el peso de la discriminación y letrados con formación cosmopolita. En la tradición del cimarronaje aprendieron a sobrevivir en condiciones de suma precariedad. Años más tarde, después del estallido de La Demajagua, a poco de desembarcar por Playita de Cajobabo, en artículo dirigido a una publicación norteamericana, Martí reconocería en esta fusión combatiente una de las razones determinantes de nuestra capacidad de gobernarnos por cuenta propia. No habría entre nosotros posibilidad alguna de guerra de secesión, sostenía. No desconocía por ello la contribución de los escritores y artistas. Desde la distancia, siguió los pasos del quehacer de los cubanos, a quienes dedicó numerosos comentarios con visión crítica e inclusiva. De acuerdo con esta línea de pensamiento, en pleno período especial, Fidel concedió primacía a la salvación de la cultura.
Si sacáramos la cuenta de cuánto le cuesta al Estado económicamente suprimir ese embate de los vertederos ilícitos al entorno urbano y rural, seguro que la cifra puede dejar boquiabierto hasta al más pinto de la paloma. ¿Ejemplos? Los hay por rastras.
Han dicho los pocos testigos del hecho que llegó sudoroso, rodeado de soldados y bayonetas. Vestía un traje azul y como única guía tenía en sus manos un pequeño Código de Defensa Social de bolsillo.