El chofer detuvo, de buena gana, el auto particular en una calle habanera para que tres pasajeros se montaran. Sin embargo, la mujer que se arrellanó al lado del conductor puso cara de pocos amigos en lugar de alegrarse por la llegada de aquella tabla salvadora.
El perfil del intelectual suele identificarse tan solo con los cultivadores de las artes y las letras. En verdad, el concepto es mucho más inclusivo. Define a todos aquellos que interrogan la realidad desde sus disímiles aristas con el propósito de reconocerla, de elaborar y difundir nuevos conocimientos con vistas, en la medida de lo posible, de participar en su transformación. A pesar del breve recorrido histórico de la Isla, se ha constituido una tradición, asentada en el rescate de una visión omnicomprensiva de lo que somos, con señales palpables desde una etapa bastante remota.
El concepto no es nuevo. Apenas ha sufrido alguna que otra variación lexical que nos lo traduce hoy con matices diversos, a la luz de los retos contemporáneos. Porque pensar como país es una actitud, un compromiso, una acción tan antigua como nuestras propias luchas emancipadoras. A sentir, y pensar, y actuar con la nación como bandera, nos enseñaron, con su ejemplo, desde el soldado desconocido en las gestas independentistas hasta el más universal de los cubanos.
Si algo muestra el irrespeto, de manera pública y notoria, es ese pregón saltarín de los revendedores que anuncian su variada oferta de sello estatal hasta delante de las tiendas o en calles céntricas.
Si me permiten parodiar una canción de Amaury Pérez que me encanta, les voy a confesar que tengo un amor difícil con las redes sociales. No me despierto ni acuesto dando «laics» (dicho así, al estilo de mis vecinas) a estados ajenos, pero al menos una vez por semana abro mi perfil de «Feisbuk» para enterarme de qué celebran las primas o amigas, por dónde andan mis hijos mediáticos y qué añejo conflicto desmonta el activismo social con herramientas del humor, la denuncia, la socialización de artículos y la referencia a buenas prácticas por todo el país.
Las crisis no solo imponen medidas de emergencia para encararlas, sino además sus temas. Por ello es tan relevante no perder de vista, con lo urgente, el resto de lo importante, muy especialmente en la Cuba sometida a presiones que intentan condenarla a una condición permanente de terapia intensiva.
Entre nosotros, como si soltara el vestuario de épocas remotas, la palabra «decencia» se ha ido abriendo paso para ser objeto de reflexiones presentes. Se le ha mencionado en foros trascendentales del país; está en boca de madres, padres y maestros; levanta una hojarasca de inquietudes entre muchos, a partir de la certeza de que al cabo de tres décadas de resistencia heroica Cuba necesita rearmar las reservas donde habita lo mejor de la conducta humana.
Desde su aparición, Cien años de soledad obtuvo un éxito sensacional y alcanzó una notable diversidad de públicos. Nacido de las vivencias de la primera infancia de Gabriel García Márquez, Macondo devino un no lugar mítico, en la representación metafórica del subdesarrollo, de un vivir en el estancamiento progresivo, en la desmemoria y en el desamparo por falta de conciencia de un destino propio, de un sentido de la vida. Progresivamente, los Buendía se iban hundiendo en el pantano. El subdesarrollo es la resultante concreta del colonialismo y del neocolonialismo.
«Bienvenido a Tulipán, Silvio», voceó un hombre a la derecha del escenario. Otro, metido en el centro mismo del tumulto cantor, con camiseta blanca desgastada que dejaba entrever un gran tatuaje en el centro del pecho, decía a todo el que le quisiera escuchar: «Esto es lo que le hacía falta a la gente del Cerro».