El perfil del intelectual suele identificarse tan solo con los cultivadores de las artes y las letras. En verdad, el concepto es mucho más inclusivo. Define a todos aquellos que interrogan la realidad desde sus disímiles aristas con el propósito de reconocerla, de elaborar y difundir nuevos conocimientos con vistas, en la medida de lo posible, de participar en su transformación. A pesar del breve recorrido histórico de la Isla, se ha constituido una tradición, asentada en el rescate de una visión omnicomprensiva de lo que somos, con señales palpables desde una etapa bastante remota.
Se han borrado las huellas del clima cultural que dominó los inicios del proceso de colonización. Apenas fundadas las primeras villas, Cuba sufrió una notable caída demográfica. La expedición de Hernán Cortés hacia México atrajo al continente a muchos pobladores recién llegados, impacientes por apoderarse de los metales preciosos. Situada en un cruce de caminos, Cuba no pudo permanecer aislada. Es de suponer que las largas estadías de los viajeros en La Habana favorecieron, junto al intercambio comercial, cierto tráfico de ideas. El debate suscitado por Fray Bartolomé de las Casas acerca de la esclavización de los indios tuvo repercusiones en la península y en los territorios recién conquistados. El relato en versos descubierto en pleno siglo XIX, Espejo de Paciencia, aborda el enfrentamiento entre bayameses y contrabandistas, destaca el comportamiento heroico del negro Salvador Golomón, describe la naturaleza del país y muestra cierta habilidad en el dominio del oficio.
No había llegado la hora de la independencia. Hijos de españoles, los criollos empezaron a reconocer sus diferencias en las costumbres y en los conflictos de intereses derivados de los monopolios y de las limitaciones a la libertad de comercio. En una operación de autorreconocimiento, desde el siglo XVIII, empezaron a recopilar datos para elaborar su propio relato histórico. Pasando por encima de la influencia de la península, empezaron a explorar horizontes más amplios. Fueron socavando las bases de una cultura impuesta. En el campo de las ideas, Félix Varela sacudió los cimientos del dogmatismo. Exiliado hasta su muerte, siguió ejerciendo su magisterio desde la distancia. En todos los órdenes, era un adelantado a su tiempo. También exiliado por conspirar contra la colonia, José María Heredia abrió las puertas al romanticismo en lengua española. Por esa vía, estaba construyendo el imaginario simbólico del país, a lo cual siguieron aportando los poetas de las generaciones sucesivas. En el espacio de la ciencia, como lo haría Carlos J. Finlay más tarde, Tomás Romay apostaba por la higienización del país y Felipe Poey estudiaba los peces de la Isla.
Por tradición, hemos centrado la tarea de los intelectuales en el eslabonamiento de las obras de Varela, Luz y Caballero, Enrique José Varona. Poeta y organizador de la guerra revolucionaria, Martí fue un pensador que diagnosticó los problemas de su contemporaneidad y los proyectó con luminosa visión de futuridad.
Pensó en Cuba y en nuestra América toda, comprometidas en un mismo destino. Intelectuales ambos, las contradicciones más conocidas se manifestaron entre Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes. Para preservar la unidad, el bayamés cedió terreno, aunque, al cabo, después de la caída del Bayardo y la deposición del Presidente, se produjo una desastrosa fragmentación. Dotado de un brillante talento militar, Antonio Maceo concibió también un proyecto de república, sostenida en principios de no injerencia, inclusiva y de justicia social.
A pesar de haber sido poco estudiada desde esa perspectiva, la contribución de los intelectuales fue importante durante el siglo XX. El contexto era otro. El imperialismo había tomado cuerpo. La revolución mexicana y la socialista de Octubre tuvieron fuerte impacto en América Latina donde se acrecentaba la conciencia de que la primera independencia, secuestrada por las oligarquías, no había cumplido su propósito emancipador. En Cuba, la intervención norteamericana y la imposición de la Enmienda Platt dejaron un sabor amargo. Favorecieron el retraimiento y la desilusión. Sin embargo, la generación nacida entre las postrimerías del XIX y los inicios del siguiente, retomó la decisión de repensar el país para encaminar una acción transformadora. Muchos conocieron los textos de Marx, a la vez que se empeñaban en rescatar la obra martiana, dispersa en numerosas publicaciones. Un importante trabajo historiográfico se llevó a cabo para edificar la narrativa de la nación. Para lograr la auténtica liberación, el campo de la cultura era decisivo. Había que dinamitar tradicionales nociones civilizatorias fundadas en la voluntad de enmascarar el brutal ejercicio de la violencia derivado de la esclavitud que pervivían en prácticas racistas y en la obsesión por auspiciar el blanqueamiento de la población. Había que mirar hacia adentro e indagar acerca de las fuentes originarias de nuestra cultura como representación integradora del ser cubano y desplazar el trasplante mecánico de modelos llegados de otras tierras. Fue obra de etnólogos de la talla de Fernando Ortiz y también de escritores y artistas que supieron prestar oído atento a los ritmos venidos de África e incorporados a nuestro vivir cotidiano. Fue uno de los vuelcos decisivos que se produjeron en la década de los 20 del pasado siglo.
El panorama adquirió rasgos cada vez más sombríos. A la subordinación al imperio se añadía la corrupción galopante al servicio de los intereses electoreros de los partidos, carentes de una verdadera plataforma programática. Con la Protesta de los Trece, encabezada por Rubén Martínez Villena, los intelectuales colocaron su inconformidad en el espacio público. Lector sagaz de José Martí, Julio Antonio Mella organizó a los estudiantes universitarios. Entre ellos, los más inquietos habían comenzado a formular ideas renovadoras en el ambiente acogedor del antiguo Patio de los Laureles de la colina universitaria. La lucha contra la dictadura de Machado y los sucesos ocurridos tras su caída aceleraron el desarrollo de una conciencia revolucionaria y sembraron en el imaginario popular un proyecto de nación soberana y volcada a la conquista de la justicia social. A las demandas forjadas orgánicamente a través de nuestra historia, respondió el proyecto expresado en La historia me absolverá.