El 23 de agosto de 1889 nació Emilio Roig de Leuchsenring. Recordado, sobre todo, como historiador de la ciudad, su proyección en la sociedad y cultura cubanas desbordó esa obra fundadora, sin duda importante. Sus empeños se unieron a los esfuerzos de la generación emergente, surgida a principios del siglo XX con el propósito de rescatar la esperanza en el país, luego de la frustración causada por la intervención norteamericana al cabo de 30 años de lucha a favor de la independencia.
Otra vez el miedo, y el llanto de ella. Ya habían pasado por eso hacía algunos días con el bebé, pero la escena se repetía, como un mal sueño recurrente, en la salita del capitalino policlínico 19 de Abril, de Plaza de la Revolución, donde esperaban por el resultado.
La usuaria de Facebook Silvia Álvarez Ramírez pregunta qué les pasa a quienes alistan la programación televisiva en estos tiempos de tanto estrés. Su inquietud salta a partir de un filme donde personas de la tercera edad, como ella, viven incertidumbre en hogares de ancianos, una realidad alejada a la nuestra, pero tan sensible como para remover «cositas» por dentro.
La respuesta, como se dice, se cae de la mata; pero el problema, a pesar de las obviedades, es digno de plantearlo hasta la saciedad: ¿Hasta qué punto es legítimo y saludable exigir un certificado médico en medio de un fuerte rebrote de COVID-19?
Algunos llevan días en este mundo. Otros, anhelan volver al parque, a jugar con otros de su edad, a aprender en la escuela, a poder salir libremente… Son niños y, sin embargo, han debido comprender que la COVID-19 es algo serio.
Con el discurso pronunciado por Fidel el 22 de agosto de 1961, al cabo de cuatro jornadas de intensos debates en los salones del Hotel Habana Libre, concluyó el congreso fundador de la Uneac. Presidida por Nicolás Guillén, poeta de altos valores reconocidos por todos, la directiva de la institución mostraba un amplio carácter inclusivo. Congregaba pluralidad generacional junto a diversidad de tendencias estéticas y filosóficas, todo lo cual habría de ratificarse en su ejecutoria a través del catálogo de obras publicadas por Ediciones Unión y del perfil múltiple de las revistas Unión y La Gaceta de Cuba, que entonces se dieron a conocer. Ambas publicaciones acogieron, además, algunas de las más importantes polémicas que animaron los años 60 del pasado siglo.
No puedo respirar. No puedo. ¿Y ahora qué hacemos si se ha ido el más noble de los periodistas cubanos? ¿Cómo escribir bajo el nocaut? ¿Cómo emerjo? Voy a decirlo sin ambages: yo lo quería.
Juventud Rebelde está de luto. Una tristeza densa asfixia su redacción solitaria. Los pocos que cierran la edición en tiempos de pandemia y aislamiento apenas susurran. Se nos fue la Figura, como le llamábamos cariñosamente a José Luis Estrada, ese ser singular que nos ha dejado sin más recurso que el desconsuelo, esa polvareda nostálgica que legan las buenas almas.
Es cierto que entre los que buscan destruir la Revolución Cubana y revertir el proceso de construcción de justicia social de los últimos 60 años hay muchos que no saben lo que quieren. Reaccionan con rabia primitiva, o con arrogancia intelectual, a las dificultades del presente sin preguntarse de dónde vienen y sin formular alternativas. Pero hay otros (aquí y afuera) que sí saben perfectamente lo que quieren, y son los que manipulan a los primeros.
Suelen decir los médicos que ese paciente está luchando por su vida para connotar su entereza y optimismo cuando atraviesa un trance que puede terminar, incluso, en el nunca jamás.