Numerosos factores intervienen en el descubrimiento y consolidación de la identidad nacional. Patria es «tierra de los padres», «terruño», «hogar». La familia transmite, en primer lugar, la memoria de historias de vida, los hábitos en el comer, un conjunto de valores básicos, así como los modos y vías de relacionarse con el resto de la sociedad.
Si buscabas a Marino, había una dirección inequívoca, la biblioteca Elvira Cape, calle Heredia, Santiago de Cuba. Era un lector furibundo, empedernido. Con aquel gesto suyo, decía «haberlo leído todo». Su memoria era prodigiosa y lo era su capacidad para remarcar, para asociar, para emerger.
Como suele ser, detrás de los periodistas vendrán los escritores (por aquello de que estos escriben para la posteridad y nosotros para el presente) a dejar las historias noveladas o simplemente sus testimonios sobre esta pandemia terrible, espantosa, aterradora, persistente, despiadada, oportunista, traicionera… en fin, madre de un colosal engendro ¿natural?
Si por estos días a Pánfilo lo asaltaran en plena calle (como él cuenta en uno de sus espectáculos) y le exigieran la bolsa o la vida, a lo mejor él (con el ceño fruncido y la mirada desafiante) sacaría un pincho en vez de la libreta de abastecimiento.
El futuro constituye por antonomasia un espacio incógnito en el tiempo. La única verdad absoluta en este tema es que en nuestras manos descansa, para bien o mal, la construcción de un mañana transformador.
Cristóbal Colón navegó con suerte en su primer viaje hacia tierras de América. Llegó a las Antillas en el mes de octubre, temporada característica del paso de turbulencias atmosféricas que nuestros primeros habitantes denominaron huracanes, término que el idioma español hubo de incorporar a su léxico.
Miro el producto una y otra vez y me cuesta creer lo que me dice el vendedor en un mercado de Bayamo: «Sí, ese es el precio, amigo, no le sobra ningún cero». Se trata de una toalla común de 140 centímetros de largo por 70 de ancho, comercializada nada menos que a mil pesos.
¿Por qué hacemos las cosas? ¿Qué nos impulsa, qué nos mueve? ¿Por qué defendemos algo, ardorosa, tenazmente? ¿Dónde ponemos el músculo, el latido, la vida? Llega un momento en que nos hacemos esas preguntas. Caen sobre el techo como una granizada. No puedes evitarlas.
Alguien, desde «allá» (fíjense que no digo desde «el más allá», sino desde «allá»), me ha convocado, propuesto… ¡exigido! unirme cuanto antes a quienes, desde «aquí» (sí, desde Cuba), pretenden cambiar el Gobierno y el país. «Haslo (sic), para que te dicnifiques (sic) ante el pueblo —me advirtió por la vía del Messenger—. Si te apendejas (sic) tus dos hijas vivirán avochornadas (sic) de ti».
Esa cosquilla en el estómago cuando pasa la persona que te gusta, o los miles de planes con las amistades para lograr la conquista, o cuando llega ese momento a solas y el ansiado primer beso… Aventuras necesarias en la adolescencia que la pandemia intenta arrebatarnos de las manos, dejándonos en este limbo virtual, donde los cruces de miradas se convierten en estados —te permiten compartir imágenes, videos y archivos GIF animados— en WhatsApp.