Alguien, desde «allá» (fíjense que no digo desde «el más allá», sino desde «allá»), me ha convocado, propuesto… ¡exigido! unirme cuanto antes a quienes, desde «aquí» (sí, desde Cuba), pretenden cambiar el Gobierno y el país. «Haslo (sic), para que te dicnifiques (sic) ante el pueblo —me advirtió por la vía del Messenger—. Si te apendejas (sic) tus dos hijas vivirán avochornadas (sic) de ti».
En su mensaje con visos de ultimátum, ese «alguien» me exhorta, me apremia… ¡me conmina! a que haga algo; dice que es mi ahora o nunca; que deje de escribir zandeses (sic); que responda al llamado de la libertad; que convenza a tres o cuatro y me tire pa’ la calle y grite bien alto: «¡Patria y vida!»; que en una pancarta «echa (sic) de cualquier cartón», escriba: «¡Abajo la dictadura!». Y que, y que…
La iba a responder que, en lugar de dedicarse a reclutar prosélitos en la redes (anti)sociales, intentara mejorar su horrible ortografía. Así la gente confiaría más en su «programa político». Y que en vez de descalificaciones e insolencias, promoviera vías civilizadas para que los cubanos les demos curso a nuestras insatisfacciones.
Pero no, se me ocurrió seguirle el juego. Y, conociendo el pelaje de capitanes araña de muchos de «los de allá» —y solo para tantear si, verdaderamente, ese «alguien» era un tipo braga’o, capaz de practicar lo que predicaba—, le hice un
ofrecimiento. Se lo planteé con sumo cuidado, de manera que no insinuara demasiada ironía ni tomadura de pelo.
«Mira —le escribí—, luego de repensar en lo que me dices, te propongo esto: si persuades allá a un piquete de gente para que venga contigo en una lancha; y si al llegar aquí, te pones al frente del grupo para protestar en las calles y gritar las consignas que se te ocurran, puedes contar con mi apoyo, porque enseguida seré uno más entre ustedes».
Esperé su respuesta un rato. ¡En vano! Eso a pesar de que permanecía conectado (lo delataba el circulito verde a la izquierda de su nombre). «Fulano, ¿aún estás ahí?», le pregunté, haciéndome el despistado. ¡Nada! Volví a las andadas. «Mira, esta es tu gran oportunidad, ¡puede ser tu minuto de gloria! ¡Arranca pa’cá en una lancha!».
Ante su silencio, me animé a contarle algunos pasajes de la historia de Cuba, protagonizados por patriotas que, desde el exilio, se hicieron a la mar para venir a liberarla.
Le hablé de cómo Antonio Maceo y una veintena de valientes desembarcaron por Duaba el 1ro. de abril de 1895 para reanudar la lucha contra España. Y de cómo José Martí y Máximo Gómez hicieron otro tanto por Playitas el 11 de abril del mismo año. Y de cómo Fidel y sus compañeros zarparon de México a bordo del yate Granma para echar pie a tierra en Las Coloradas el 2 de diciembre de 1956.
No había concluido mi relatoría de las hazañas
de algunos de los más ilustres hijos de Cuba cuando vi apagarse el circulito verde en el chat de mi «reclutador». ¡Se había batido en retirada! Sí, la falta de principios conlleva a exigirles a otros lo que no se es capaz de hacer.
Opino que no todos los que tomaron parte en los sucesos del 11 de julio eran marginales ni malos cubanos. Hubo personas decentes que se sumaron al socaire de los problemas que afronta el país. Pero los violentos que saquearon tiendas, viraron carros, gritaron obscenidades y lanzaron cocteles Molotov no figuran en el grupo de los confundidos. Esos fueron instigados por los «de allá» y «desde allá». Esos quieren regresar a Cuba al pasado por cualquier vía y a cualquier precio. Hay mucho rencor en la otra orilla.
Desde luego, la entereza y el patriotismo que distinguieron a Maceo, Martí y Fidel para luchar por sus ideales desde el ejemplo personal son de antología. Ellos enfrentaron los peligros de una expedición marítima alentados por una causa noble. Quienes hoy instan a los cubanos a levantarse contra el Gobierno que les ha dado dignidad, lo hacen sin exponer el pellejo, cómodamente atrincherados en el ciberespacio.
En fin, el «alguien» de mi historia se esfumó de mis redes. A guisa de despedida, solamente me dedicó un emoji con su burlona lengua afuera. Siempre que sucede igual pasa lo mismo. Dicho en buen cubano: el que empuja no se da golpes. Y también: el que tiene boca, no manda a soplar.