Como suele ser, detrás de los periodistas vendrán los escritores (por aquello de que estos escriben para la posteridad y nosotros para el presente) a dejar las historias noveladas o simplemente sus testimonios sobre esta pandemia terrible, espantosa, aterradora, persistente, despiadada, oportunista, traicionera… en fin, madre de un colosal engendro ¿natural?
A este depredador humano vale colgarle ese burujón de vocablos que expresan el acabose, aunque posean un significado casi semejante, porque su ferocidad no cabe en un solo adjetivo y se necesitan muchos, agolpados en la memoria individual y colectiva, para alertar.
El virus, y en especial la variante delta (¡Solavaya!) le ha planteado un reto moral al mundo: puso a prueba la generosidad de los que tienen más para ayudar a los pobres y su capacidad para dar una respuesta acorde con la cruda realidad, que lo necesita a gritos.
La pandemia ha matado a millones de personas en el mundo, ocasionó la paralización total o parcial de la economía y provocó colapsos de sistemas de salud, incluso en países ricos, y por supuesto los mayores estragos en el resto subdesarrollado.
Pero otros efectos también malísimos, aunque menos divulgados a nivel internacional, afloraron en la avaricia, demostrable con el acaparamiento inicial de las vacunas y sustentado en esa filosofía de «primero nosotros y después veremos», en la pereza para actuar y hasta en la soberbia expresada en condicionamientos para cooperar.
Luego, en un enjuague de cara, en un gesto que recuerda aquello de quedar bien con Dios y con el diablo, y ya resueltos en gran medida sus problemas, desencadenaron una inmensa propaganda sobre supuestas donaciones de millones de vacunas para diferentes naciones, o que pretendían cooperar con esto y con lo otro.
Ahora mismo han llegado al extremo de aplicarle oídos sordos a la Organización Mundial de las Salud (OMS), que ha pedido no aplicar una nueva dosis de refuerzo a sus poblaciones sin antes destinar las disponibles a otras naciones con muy bajos niveles de inmunización. Ante ese reclamo, hasta ahora han dado la callada por respuesta.
Tampoco es excepcional esa posición. La Unión Europea, el Reino Unido y Estados Unidos ya habían bloqueado una propuesta de la OMS para ayudar a los países más pobres a obtener vacunas rápidamente.
Su sicología —tampoco pidamos peras al olmo— es egoísta en extremo y en ese empeño comulgan con pecados capitales sin sonrojarse siquiera ante los ojos de la humanidad.